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Vacunas racionales

La creatividad humana tiene, como muchas familias, parientes incómodos. La estupidez es uno de ellos. Y así como en la naturaleza y en el desarrollo social es inútil pretender la igualdad, tampoco debería sorprendernos que ciertas capacidades racionales estén mal distribuidas entre los sapiens. Sin embargo, las reflexiones van en un sentido y la realidad por otro; asombra el grado de torpeza irreflexiva al que puede llegarse. La estupidez de unos sólo es superada por la estupidez de otros.

Un grupo de estudiantes de secundaria resultó intoxicado por hacer el llamado “reto de clonazepam”, un desafío que conocen y se propaga a través de redes sociales, como TikTok. Se trata de ingerir el fármaco (que afecta el sistema nervioso central y “tiene propiedades ansiolíticas, anticonvulsionantes, miorrelajantes, sedantes, hipnóticas y estabilizadoras del estado de ánimo”) y resistir la somnolencia, de ahí que el reto se conoce también como “El que se duerma al último, gana”. Ya son varios casos en los que adolescentes se ven afectados por esta actividad tan estúpida como peligrosa.

Los adolescentes son proclives a situaciones de riesgo en virtud de que ciertas partes de su cerebro no han madurado. Tienen una atracción natural a los desafíos, son más impulsivos y afectos al riesgo; en general fallan en cuanto a tomar las mejores decisiones, circunstancias que no les eximen de cuidarse o de poner en peligro a los demás; menos aún deben ser atenuantes para tolerar estos graves incidentes. Las ventajas de las redes sociales vienen con las desventajas de las redes sociales. Si bien el deseo de pertenecer, agradar a los demás y reafirmar la identidad son grandes motivadores de la adolescencia, algo tendrá que ajustarse pronto, en las regulaciones y los planes de estudio, para contrarrestar la influencia negativa de estas conductas.

El inventario de estupideces es, digamos, generoso. Dentro de los retos más célebres encontré uno que incita a cometer cualquier acto peligroso y violento contra otros o contra sí mismo, aquel que consiste en salir a “cazar” cierto tipo de personas (por apariencia o estereotipo) y luego agredirlas, otro en el que hay que introducirse un preservativo por la nariz y sacarlo por la boca, uno más donde hay que desmayarse o desmayar a otro por falta de oxígeno; y todo tiene que ser grabado y difundido como un gran trofeo. No deseo el mal a nadie y ojalá este tipo de acciones no sucedieran más, sin embargo, no dejo de pensar: ¿no acaso será esto un mecanismo evolutivo donde la naturaleza busca deshacerse de aquellos seres con menos capacidades para sobrevivir? Nuestros antepasados aprendieron a esquivar las mordeduras de víboras y otros seres ponzoñosos gracias a que vieron sufrir y morir a sus congéneres. El miedo se convirtió en un aliado natural de la sobrevivencia.

Culpar a las redes sociales me parece inútil (aunque sería deseable cierta capacidad de censura en algunos temas, como ya sucede). Adoptar una postura prohibicionista tampoco es el mejor camino, provocaría más deseo incluso, alimentaría el reto. Los niños y los jóvenes deberían tener acceso a educación que les sirva para generar herramientas de resistencia ante situaciones potenciales de riesgo. Sería el equivalente a darles “vacunas racionales” para aprender a tomar decisiones que no atenten contra su integridad y la de sus pares. Incluso podrían apoyarse en la inteligencia artificial, que alerta: “Si se consume clonazepam en exceso, pueden ocurrir varios efectos secundarios graves, incluyendo: somnolencia, mareo, confusión, depresión respiratoria, coma y, en casos graves, la muerte. Si experimenta algún síntoma adverso, busque atención médica de inmediato”.

La legislación debería tener como delito el incitar a los demás a cometer este tipo de actos. La policía cibernética debería desarrollar capacidades que permitan detectar estas prácticas para detenerlas a tiempo y encontrar al creador de estos estúpidos desafíos para que tenga las consecuencias legales. Los padres de niños y adolescentes de hoy (vaya reto) están llamados a estar más que alertas, asesorarse con expertos para saber cómo prevenir estos casos.

Tener la capacidad de decir “no” siempre ha sido fundamental; hoy más. El gran reto, finalmente, es no entrar al reto.