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Un dilema

Por estos días el New York Times da cuenta de un episodio en un parque de Brooklyn. Un hombre (con antecedentes de problemas de conducta) hurgaba en la basura (presumiblemente es indigente o en situación de carencia) y de pronto ataca con un palo a un perro y a su dueña. Cinco días después el perro muere. El barrio es famoso por progresista, crítico de la policía y el sistema carcelario, un sitio donde la narrativa de justicia social hace eco. La dueña del perro escala el incidente en las redes sociales, pide que se encuentre al culpable y se le castigue. El punto focal de la historia es que los residentes se dividen. Unos piensan que debe encontrarse y encarcelarse al atacante, otros opinan que lo que debe cambiarse es el sistema para que el atacante sea educado y reinsertado a la sociedad.

Algo similar me sucedió la semana pasada con mi artículo “Exhibir duele”, donde propuse que sería bueno tener una especie de opinión de cumplimiento cívico que evidenciara el comportamiento de la gente, a modo de premios y castigos, pensando en un país donde tenemos exceso de impunidad y donde disminuirla implica (en parte) aplicar consecuencias. Si bien mayoritariamente mi punto de vista recibió apoyo, hubo un lector que opinó: “Ese texto está tan lleno de mitos y nula evidencia científica”. Le respondí que me interesaba conocer su aportación, lo cual ameritó esta entrega.

Me comentó que mientras en países de Europa del norte se hace una intervención integral en los infractores, con objeto de reinsertarlos a la sociedad, en México buscamos la exclusión. Estoy de acuerdo con él, en México las cárceles son universidades del delito, ojalá tuviéramos una reforma para reinsertar infractores. Comentó también que “nuestra concepción de justicia y sistema penal es prácticamente medieval y clasista”, que buscamos mayores penas creyendo que tendremos menor delincuencia. También estoy de acuerdo, por ello la pena de muerte no resuelve nada. Mi planteamiento no era ni para excluir ni para tener mayores penas. Evidentemente me faltó comentar que debería acompañarse con una estrategia de “reinserción cívica”. Lo que no podría pasar es que “si la haces, no la pagues”. Finalmente, en su opinión nada de mi texto es rescatable pues “está lleno de falacias. Mitos de derecha (que son tan peligrosos como los mitos de izquierda)”, y sobre el sistema de cumplimiento cívico lo equiparó con el “sistema de puntos de China” donde “lo único que importa es el control”.

Más allá de defender mi postura, quiero destacar este tipo de intercambio civilizado entre una persona que expresa su diferendo, sin necesidad de ofender, exponiendo razones. Necesitamos este tipo de acercamientos y estar abiertos a la crítica que construye y encauza nuestra visión. Saber escuchar la voz del otro nos fortalece. Este lector me puso en el radar la iniciativa china, que yo desconocía. Este sistema “de buenos y malos ciudadanos” sí ha fomentado mejores conductas sociales, pero se convierte peligrosamente en un arma de control y supresión. No más peligroso quizá que nuestro sistema judicial, donde la norma puede ser buena, pero la aplicación deja a los ciudadanos en una postura vulnerable ante la corrupción y los abusos de poder.

Estamos ante el dilema que dividió a los residentes de una zona de Brooklyn. Unos enfocados en el castigo al delincuente, otros más pensando en las causas, su prevención y reinserción social. Entiendo que en China efectivamente es un arma de control, pues dependiendo de tu “puntaje social” tienes premios y castigos, acceso o no a viajar en avión, derecho a hospedarte en ciertos hoteles, etcétera. ¿Cómo mediar estas posiciones? Por un lado, debe haber un Estado de derecho que proteja a los ciudadanos y aplique la ley con la fuerza monopólica que le da su esencia, y por el otro ese mismo Estado debe proveer con educación y medios de desarrollo a las personas, de modo que disminuyan los delitos.

No podemos simplemente importar un sistema que funcione bien en otros países. Lo que hagamos en México debe estar acorde a nuestro código cultural. Como he dicho: no mejoraremos como país si no somos capaces de cambiar las condiciones de vida de los más necesitados. Autoridad y justicia social, un delicado equilibrio que no provoque más de aquello que quiere evitar.