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Simulación o transformación

Como aprendería muchos años después de haber caminado de niño con mi madre en las calles del mercado de La Merced en la Ciudad de México, la emoción es el pegamento de la memoria. Nada recuerdo más por aquellas travesías capitalinas de banquetas como ríos de gente, que el engañoso vendedor de cacahuates exhibiendo bolsitas de papel rebosantes en producto. Me sentí engañado cuando constaté que la bolsa no tenía profundidad. Hábilmente, el vendedor de ilusiones dobló por dentro la bolsa, haciendo un vacío que en mi memoria no fue tal, lo llené de indignación y de recuerdos.

No puedo decir que desde entonces viva con un fantasma de la simulación que me persigue, pero sin duda estas experiencias se vuelven aprendizaje para evitar caer en situaciones similares. Por supuesto he sido timado varias veces más. La simulación es parte de los recursos naturales del ser humano y otros seres vivos. Animales y plantas simulan para sobrevivir más allá de posibilidades éticas, terreno en el que el ser humano puede censurar sus decisiones.

Hace unos días caí nuevamente en la trampa del contenedor vacío. Esta vez no fueron cacahuates en la vía pública sino un producto de cuidado personal debidamente registrado como marca comercial y vendido en los canales formales. Se trata de una cera fijadora para el cabello, cuyas tres letras de su marca no mencionaré, pero si quieren pistas para prevenirse les diré que ese nombre de tres letras es la valoración excesiva de uno mismo. El caso es que su envase (opaco) tiene cinco centímetros de alto de los cuales dos corresponden a la tapa. Esos dos centímetros son una cápsula interna donde está el producto, el resto está hueco. Debería haber una autoridad en México que sancione la simulación, fraude al consumidor.

La simulación está muy presente en la forma en como nos relacionamos en México, es parte de nuestro código cultural. Para muestra veamos la mal llamada “consulta popular” con la que se argumentó la decisión de cancelar el proyecto del NAIM. A todas luces se trató de una simulación por aquellos que dicen que quieren purificar a la sociedad mexicana.

Sara Sefchovich tiene un libro que Esteban Moctezuma debería incorporar al plan de estudio de educación en México: País de mentiras, un ensayo prolífico en ejemplos que las nuevas generaciones deben conocer para estar conscientes de que existe la mentira (la simulación) como herramienta social y el daño que le provocan al futuro de su país cuando la usan.

Entusiasma escuchar la consigna del presidente López Obrador “por encima de la ley, nadie; al margen de la ley, nada”. Pero qué sucede cuando una ley impide a una persona como Paco Ignacio Taibo ll para dirigir el Fondo de Cultura Económica (aclaro: considero que, al margen de sus deslices, dado su perfil y trayectoria sí tiene cualidades para el FCE). Muy fácil, ¡cambiemos la ley! Esta medida equivale a que alguien declare que va a respetar la zona de estacionamiento, pero en lugar de mover su automóvil lo que hace es que expande la zona de parqueo. Al forzar este nombramiento, el presidente de México sabotea su cruzada contra la corrupción y la impunidad, convierte el cambio de ley (un acto legal) en un símbolo de autoritarismo y de simulación.

En México los límites son negociables. Esta flexibilidad es el abono donde corrupción e impunidad florecen. Otros sistemas sociales (otras culturas) son menos tolerantes con estirar leyes y reglamentos. En el capítulo “La mentira como código”, la autora de Atrévete es contundente para probar que la mentira es parte de nuestro código cultural (y yo extiendo su argumento a la corrupción): “Porque para que esto suceda… es porque se trata de un código cultural como diría Eco, de una ‘forma social de funcionamiento’ como diría Levi-Strauss… y de una ‘estructura sociocultural’ como diría García Canclini…”.

Si realmente el presidente López Obrador quiere hacer una transformación, debería ser el primero en repudiar los actos de simulación en su gobierno. De otra forma estará consolidando a la simulación como parte de nuestro código cultural e imposibilitará la de por sí complicada lucha contra la corrupción.

Por lo pronto el envase en el que nos venden la Cuarta Transformación se ve rebosante de promesas.