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Reflejos

Hay eventos que se manifiestan en un sitio, aunque su causa está en otro lado. Como cuando nos pegamos en un codo y un impulso eléctrico se revela, por obra de los nervios que nos transitan, en un dedo de la mano. En medicina, lo saben los doctores, hay cadenas de causas y consecuencias; no siempre hay tratamientos para las causas (que sería lo ideal). Los avances científicos en este campo muchas veces se dan a partir de convertir una causa en consecuencia, por gracia de haber descubierto otra causa anterior. ¿Qué pasa si aplicamos la misma lógica a ciertos problemas sociales, como la violencia en las escuelas? ¿Es posible que la violencia se manifieste en un lado, pero su causa (y por ende el lugar para combatirla) tenga otras coordenadas?

La elevada incidencia de violencia en las escuelas (principalmente educación media) es alarmante. En una telesecundaria de Oaxaca, una alumna fue impedida de entrar a la escuela, por parte de maestros y padres de familia, porque no llevaba falda. Puedo entender que las escuelas tienen reglamentos y que quienes asisten, de una forma u otra, aceptan someterse a esas reglas. La alumna fue ridiculizada y discriminada. Increíblemente, el colegio suspendió labores y luego un consejo decidió que el cabildo del municipio analizaría el caso. ¿Dónde está el origen de este pensamiento medieval que antepone la apariencia a otros criterios como el derecho a la educación?

Este caso evoca mi paso por una escuela donde había una redada contra el “pelo largo”. Lo entrecomillo porque el plantel consideraba como tal el cabello que apenas cubría la oreja y no estuviera dos dedos (horizontales) arriba del cuello de la camisa. Tuve un profesor, de triste memoria, que usaba un lápiz para despegarnos el pelo engomado encima de la oreja. Varias veces fui sancionado administrativamente por el grave incidente de traer “pelo largo”. A la distancia me parece que esa batalla inquisitorial tenía que ver con la imposición disciplinaria cuasi militar, por un lado, y por otro una paranoia ideológica que en aquellos años asociaba “pelo largo” y barba (otro de los pecados capitales) a agitaciones comunistas.

Hace unos días una estudiante de secundaria murió a consecuencia de los golpes recibidos por otra compañera. La víctima sufría de acoso y había decidido enfrentar a su agresora. ¿Qué nos dice el hecho de que, en lugar de hacer algo para detener la riña, los alumnos y alumnas testigos se dedicaron a grabar la pelea? En otro reciente evento, no sólo había estudiantes atestiguando una gresca entre alumnas, también madres de familia que, increíblemente, alentaban a las combatientes a manera de los circos romanos donde la multitud enardecida calmaba sus ansias de violencia con la sangre de los gladiadores.

Endurecer las consecuencias y aplicar más represión no es el camino. Así como un sensor electrónico en un automóvil indica un problema, éste no se corrige cambiando o desactivando el sensor. Es un aviso de algo más. Un reflejo. Las escuelas son sensores donde se manifiesta algo que no necesariamente se origina in situ. Son reflejo. He sostenido que, para tener mejores políticos, necesitamos mejores ciudadanos. Los políticos son un reflejo de los ciudadanos. Para combatir la violencia en las escuelas necesitamos trabajar dentro y fuera de las escuelas. Tener mejores alumnos implica tener mejores padres de familia. Los alumnos (usualmente) son el reflejo de sus padres.

Es necesario que el gobierno, en sus tres niveles, trabaje en una estrategia para combatir la violencia. Esto implica un pensamiento sistémico; entender que la violencia no es un hecho individual, sino un producto (un reflejo) de tensiones sociales. Las escuelas no deben verse como “centros educativos”, nada más, son centros de ejercicio de poder, con sus tensiones propias: la contención que hacen las autoridades escolares más la autorregulación que sucede entre la población estudiantil. No olvidemos que los estudiantes están en un sistema de competencia, en varios ámbitos (reflejo de lo que es la vida).

Entender el concepto de reflejo implica mirar los hechos no como sucesos aislados, sino como eventos interconectados, partes de un todo que se entrelazan, aunque no lo podamos ver de forma evidente.