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¡Pasen cacahuates!

En julio de 1964, la Ranger 7 se convirtió en la primera sonda espacial en transmitir a la Tierra imágenes cercanas de la superficie lunar. Seis misiones previas habían fracasado. ¿Qué hizo de la séptima un éxito? Según versiones que corren en la NASA, fueron los cacahuates que repartieron en la sala de control. Desde entonces una costumbre cantinera se convirtió en parte de la secuencia de los vuelos aeroespaciales.

El pasado 18 de febrero será recordado como un hito en las proezas de la humanidad. Imagina que tienes un vehículo que pesa una tonelada y lo lanzas rumbo a Marte, a una velocidad de crucero de 39,600 kilómetros por hora, para que en 7 meses recorra 480 millones de kilómetros. Aunque el rover Perserverance no es el primero en llegar al planeta rojo, contiene un dron en forma de helicóptero que, si todo sale bien, será el primer vuelo de un vehículo creado por el ser humano que despega y aterriza en otro planeta, lo que abre grandes posibilidades de exploración espacial. En el cuarto de control de la misión Mars 2020, avanza la ciencia y la superstición: no solo hubo complejos cálculos, también hubo cacahuates.

Sabemos, de su puño y letra, que, en los últimos días del otoño de 1954, Jorge Luis Borges leyó un libro que le caló: Crónicas marcianas, de Ray Bradbury, el visionario escritor nacido en Illinois que en sus relatos mencionó canales de piedra, mares vacíos y un cielo azul. Hoy sabemos que esos elementos existen en Marte. Además, profetizó: “En algún sitio, allá arriba, descendían las naves con una estela de llamas, dispuestas a civilizar un planeta maravillosamente muerto”. En el 2012, la NASA bautizó el sitio donde aterrizó en Marte la rover Curiosity, con el nombre del autor de los relatos marcianos que sedujeron a Borges quien, en el prólogo de una de las ediciones del libro de Bradbury, escribió: “¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad?”.

Cada vez que se consiga un logro en Marte será necesario volver a Bradbury, no porque iluminara científicamente el futuro (nuestro presente) sino porque fue capaz de llevar a la superficie de otro mundo la condición humana, sus miedos, angustias, ambiciones y fragilidades. Solo así nos explicamos que el escritor argentino rematara: “¿Cómo pueden tocarme estas fantasías, y de una manera tan íntima?”.

La misión Mars 2020 nos deja varias enseñanzas. Una de las mayores es que un equipo multidisciplinario es quien consigue el logro, donde son las capacidades, no la ideología, ni la cuota de género, las que definen quién hace qué. Así deberían conformarse los equipos médicos, los obreros y empresariales, hasta los gabinetes de gobierno. Un líder de misión que separara a una experta de su cargo porque “trabajó en las anteriores administraciones” sería inconcebible, cuando la misión no sólo es pasar a la historia, es conseguir el resultado.

Otra importante lección es que hay un propósito superior, una tarea por cumplir. Todos trabajan para conseguirla, cada una de las acciones debe juzgarse en función de si suma para cumplir el resultado. En este caso, el objetivo es buscar señales de “vida pasada” (así dice la NASA) y recolectar muestras de rocas y tierra para un posible envío a la Tierra (lo que sucedería en varios años, con la siguiente misión a Marte).

Mientras esas extraordinarias metas suceden en otros puntos del universo, acá en la Tierra seguimos luchando contra la obstinación humana de algunas criaturas que se niegan a usar cubrebocas como forma de evitar un contagio de Covid-19 y poner el ejemplo a los demás. También pretenden encumbrar como gobernador a una figura impresentable, al terrícola grito de “Ya chole”. Ambas posturas atentan contra la vida y la dignidad. Esto debería cambiar el enfoque de la pregunta de la misión y de la canción de David Bowie que la NASA usó en su transmisión esta semana: Is there life on Mars?, por la que usa Juan Villoro como título de uno de sus libros: “¿Hay vida en la Tierra?”.

Los cacahuates durante el aterrizaje en Marte y las crónicas de Bradbury revelan que no importa cuánta ciencia nos sostenga, se impone nuestra naturaleza. La verdadera frontera, quizás, de la exploración humana.