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Máscara vs. cabellera

Aunque no tenemos una larga tradición política en debates presidenciales y aunque el formato de los que hemos visto ha sido muy acartonado, el debate de esta noche es muy esperado. ¿Puede un debate influir en el desenlace de la elección? Absolutamente sí, a pesar de que muchas personas, cuando se les pregunta si el debate podría cambiar el sentido de su voto, responden que no (la gente cree que no, lo que es distinto), la evidencia histórica, dentro y fuera de México, muestra que los debates pueden dar sorpresas que deciden las elecciones.
Para como están caldeados los ánimos y dividido el voto duro de los contendientes, dentro de la cultura mexicana el debate tiene un aura de lucha libre, deporte popular y muy conectivo con amplios sectores de la población. Presagio que se esperan lances acrobáticos, el morbo de los golpes y las patadas hasta llegar a ver cómo uno queda sin cabellera o el otro pierde por la fuerza su anonimato mientras le desprenden la máscara de un rostro maltrecho. Si en el cuadrilátero hablamos de rudos y técnicos, el territorio de lo político se extiende para adoptar estos bandos. Así, por méritos propios, tenemos entre los rudos a El Bronco y a López Obrador, técnicos a Meade y Margarita, mientras que Anaya es un híbrido, parece técnico pero puede ser rudo. Combinación mortal.

Con el respeto que merecen todos los candidatos, me parece que la lucha es entre el puntero y el segundo lugar, no hay más. El único que puede quitarle la cabellera a López Obrador es Anaya. Ambos tienen retos y objetivos puntuales pero el cuadrilátero de esta noche favorece las habilidades retóricas del segundo. De López Obrador aventuro que seguirá en su mismo papel, con sus mismos postulados: “amor y paz”, “becarios sí, sicarios no”, “vamos a acabar con la corrupción”, “la mafia del poder”, etcétera. Deberá ser capaz de mantener la calma y demostrar que no es intransigente. Si yo pudiera preguntarle le diría: “mencione tres ejemplos donde ha reconocido que otros tenían la razón y usted estaba equivocado”.

Anaya, el llamado Joven Maravilla, que a últimas fechas se ha visto sin la contundencia que le caracterizaba, deberá ser capaz de salirse del formato conferencista TED y hablar desde el corazón. Su caso me recuerda aquella escena donde el juvenil Jedi, Luke Skywalker, tiene una oportunidad para destruir la Estrella de la Muerte; se aproxima a su objetivo mientras usa la tecnología para no errar. De súbito escucha la voz de su maestro Obi-Wan Kenobi que le dice: “usa la Fuerza, Luke”, lo que hace que el chico apague la visión computarizada para usar su intuición y atinar. A él le preguntaría: “menciona tres áreas donde sientes que debes mejorar para ser un buen Presidente”.

En Nixon contra Kennedy (1960), primer debate televisado, un Nixon sin experiencia ante las cámaras, debilitado por un catarro, sudando, nervioso, incómodo, mal encarado y sin “hablar a cuadro”, perdió ante un rival carismático, que se preparó no sólo para ser escuchado (como era la tradición del radio) sino para ser visto. 70 millones de espectadores pudieron ver, no sólo escuchar, actitudes y gestos. En George H. Bush contra Bill Clinton (1992), una ciudadana cuestiona al presidente Bush mientras éste es captado viendo la hora en su reloj, pésima señal que luego acompañó de una respuesta técnica muy fría. En su turno, Clinton dio una respuesta magistral conectando emocionalmente con la audiencia, hablando desde la perspectiva de los ciudadanos y no desde la lejanía del poder. Esa noche la elección quedó definida.

Un gobernante no es quien aparece frente a las cámaras y micrófonos, es el individuo solitario que en la privacidad de su despacho gesticula, desespera, manotea, ríe, alza la voz, amenaza o felicita, es el ser humano detrás de la máscara. Los debates son la oportunidad de ver esos esbozos de personalidad que puedan darnos pistas no sólo sobre la viabilidad de sus propuestas sino sobre su carácter íntimo, anticipo de cómo tomarán decisiones que nos afectan a todos.

Lucha libre y política comparten el espectáculo, la simulación, el acuerdo privado, la algarabía de los fanáticos, la derrota, la revancha, las alianzas, el triunfo, el reinado y el inevitable retiro. El resultado no está definido. Suena la campana.