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Los genes de Margarita

La decisión de Margarita Zavala de abandonar la contienda presidencial no sólo abre nuevas posibilidades a los análisis probabilísticos y especulativos, también permite acercarnos a ciertos aspectos del comportamiento humano. Para explicarlo es preciso construir un puente entre las razones políticas y las biológico-evolutivas.

Desde que nuestra especie habitaba cuevas cazando bestias enormes, los frenos y motivadores de la conducta están influenciados por ciertas leyes biológicas, códigos no escritos que condicionan nuestros instintos. La biología evolutiva da cuenta de la evolución de nuestro cuerpo pero también de nuestro comportamiento, en función de la progresiva adaptación a las condiciones de vida. Dicho en forma simplista con un ejemplo, los hombres hablamos menos que las mujeres, al ser cazadores requeríamos silencio para no espantar a la presa, mientras que la mujer, al quedarse a recolectar frutos, podía platicar con otras recolectoras, sus manos se adaptaron mejor a las labores delicadas (actualmente son mucho mejores las mujeres que los hombres en las líneas de ensamble que requieren cuidado y precisión).

Básicamente el organismo busca seguir vivo, tenemos una programación biológica para alejarnos de los peligros, potenciales causas de muerte. De ahí que los alimentos podridos tengan un olor que consideramos nauseabundo, igual que el excremento. La naturaleza está llena de señales de advertencia, espinas, aguijones, ponzoñas, colmillos y más, a modo de defensa y ataque. Tuvieron que ocurrir muchas muertes de nuestros predecesores hasta que aprendimos que un ser que se arrastra mientras agita su cascabel y nos intuye con su lengua bífida es un peligro en potencia. En los animales también se desarrolla este instinto, por eso Darwin encontró en Galápagos especies de aves que no temían al hombre, no habían aprendido a cuidarse del depredador más grande del planeta.

Además de las loables y valientes razones que la hoy ex candidata presidencial ha dado (y que sin duda la convierten en un llamativo activo político), hay una lección de biología evolutiva. Margarita busca su sobrevivencia política y, al más puro estilo de los genes egoístas de Richard Dawkins, sus genes políticos (válganme la metáfora) abandonan un cuerpo sin posibilidades de procrear (su candidatura estéril) para eventualmente habitar otro cuerpo que les permita a sus genes seguir viviendo en un ambiente adecuado para ellos (es decir, ella).

Desde el momento en que hizo pública su decisión, sus credenciales como activo político han subido. Ella representa para otros contendientes (organismos en busca de sobrevivencia) la posibilidad de mejorar su condición competitiva, de ahí que le lloverán propuestas para que apoye a diestra y siniestra. En términos biológico-reproductivos se convirtió en un organismo atractivo, de la misma forma en que entre individuos de las especies humana y animal se distinguen rasgos que se consideran “bellos” por ser señales de atracción sexual, pensemos en la cintura angosta y caderas pronunciadas de la mujer, los brazos fuertes del hombre, su comportamiento como potencial buen padre, o las plumas exóticas de un pavorreal con las que “enamora” a la hembra mientras le dice en un lenguaje secreto “unamos nuestros genes porque así tus genes pasarán a otra generación y además serán hermosos como yo”.

Del mismo modo que en la biología hay un diálogo evolutivo (silencioso y evidente para quien puede verlo) por y para la sobrevivencia, en la política también. Por ello hemos visto como nunca antes una obscena promiscuidad de genes (“cuadros”, le dicen en el argot) que, sin menoscabo de su filosofía partidista, brincan para ser alojados en cuerpos con mayores posibilidades de reproducirse hacia el futuro. En el fondo se trata de genes egoístas en busca de perpetuarse o ganar una elección. La diferencia con la biología es que en ésta los genes no tienen moral, de ahí que una enfermedad no puede ser calificada sino biológicamente. Para esos genes mortales, el cuerpo que habitan es el vehículo, lo matan para seguir viviendo al pasar a otro cuerpo.

La biología evolutiva diría: Margarita no terminó una campaña, inició otra. Reafirmó el instinto humano por excelencia: proyectó sus genes al futuro.