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La FIL y el absurdo mexicano

Vivo en un país maravilloso cuya identidad se disputan el absurdo y el surrealismo. Aquí suceden cosas que pintan la contradictoria nación que somos. Va una breve antología. Sólo en México un Presidente cancela un aeropuerto con más del 30 por ciento de avance, para refrendar su autoridad, acusando actos de corrupción que en cuatro años no ha probado ni denunciado. Es en México donde una sociedad clama por el Estado de derecho, pero en su mayoría es incapaz de respetar el reglamento de vialidad. Tenemos una liga de futbol profesional en cuya fase final califican 12 de 18 equipos, es decir, premiamos la mediocridad y luego nos quejamos de los miserables resultados en el Mundial. Sólo en México el Presidente pide abrazos para los delincuentes, y a los científicos e intelectuales los desacredita e insulta. En este país se inventó la torta de tamal, aberración calórica para unos, solución energética para otros. Es aquí donde gobiernos de los tres niveles glorifican la inversión extranjera directa, y desprecian la nacional. Sólo en México un líder empresarial aparece en primera fila en la marcha presidencial del pueblo, y la mayoría de los empresarios no se sienten representados por él.

Sólo en México tenemos la feria del libro (de habla hispana) más importante del mundo, reconocida internacionalmente con galardones como el Premio Princesa de Asturias, y los secretarios de Educación, estatal (Jalisco) y federal, no asisten para no molestar a sus jefes (y conservar su chamba). Sólo en México un partido político protesta contra la Feria Internacional del Libro de Guadalajara y demuestra que la ciudadanía, a la que dice representar y de donde dice emanar, le importa menos que la grilla. No es extraño que André Breton y Salvador Dalí se sintieran superados en el país donde la gente a todo le pone limón y canta que la vida no vale nada.

En sus 36 años la FIL ha sido un éxito rotundo, un activo de la ciudad, orgullo de los tapatíos y de los mexicanos (bueno, de casi todos). Más de 15 millones de personas han recorrido sus pasillos. Convoca editoriales, autores, promotores de la lectura y la cultura, lectores de todas las edades, agentes, actividades artísticas, foros académicos y literarios, premios, homenajes, patrocinadores, países invitados y más. Es un ejemplo de que la economía cultural es un motor de desarrollo que ha posicionado a Guadalajara dentro del radar internacional de eventos culturales y es quizá el suceso del año que más derrama económica le deja a la ciudad. Sólo en México, por ambición política, se ataca al creador de la FIL, despreciando logros que ninguno de sus críticos estará cerca de conseguir.

Dice Clotaire Rapaille que un suceso es un punto en un espacio. Dos eventos (unidos con una recta) son una dirección. Y tres de ellos son una trayectoria. El éxito de la FIL no es casual. El modelo de economía cultural que impulsa la Universidad de Guadalajara tiene resultados notables. Si sumamos el Festival Internacional de Cine de Guadalajara (precursor a la FIL) y el Centro Cultural Universitario (un complejo sin comparación en México, donde han intervenido profesionales mexicanos y extranjeros de nivel internacional), que ofrece eventos de alta calidad en escenarios de talla mundial, tenemos la muestra irrefutable de que la economía cultural genera empleos, oportunidades, atrae talento e inversión, visitantes nacionales y extranjeros, con una gran derrama económica para la ciudad. Ningún gobierno federal, estatal o municipal ha logrado esto.

Hace tiempo, en la FIL, se presentó el libro de mi coautoría: ¡Es la reforma cultural, Presidente!, impulsado por Grupo de Reflexión Cultural y Económica de la Universidad Autónoma Metropolitana, con la intención de influir en las políticas públicas en este sexenio. Entonces dije que la cultura no sólo era de artistas, también de estadistas. No sólo fuimos ignorados, la autollamada 4T ha minado al sector cultural. Es un absurdo que, teniendo los poderes públicos la obligación de impulsar la cultura como medio de desarrollo, boicoteen a la FIL.

Presagio (políticamente hablando): en el país donde hay un día dedicado a festejar a los muertos, y a los vivos se les hacen epitafios en rima, quien ataca la cultura encuentra su sepultura.