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Fuego amigo

El Plan Nacional de Paz y Seguridad 2018-2024 postula: La regeneración ética de la sociedad, y apunta: “En el ciclo neoliberal el poder público no sólo abandonó a su suerte a la población para ponerse al servicio de las grandes fortunas nacionales y extranjeras sino que, en conjunto con los poderes económicos, emprendió desde hace tres décadas un sistemático adoctrinamiento de la sociedad para orientarla hacia el individualismo, el consumismo, la competencia y el éxito material como valores morales supremos (…)”. Para el nuevo gobierno, “Particularmente entre los jóvenes, la exaltación del dinero y las posesiones materiales y superfluas, aunada a un entorno que les niega espacios educativos y plazas laborales, ha generado frustración y facilitado actitudes antisociales”.

No deja de ser surrealista que esta condena al consumismo coincida con el Buen Fin, tres días en el que el homo consumens atiborra comercios y vacía anaqueles en busca de la felicidad de la vida. Vivimos una sociedad de consumo, pero me parece excesivo culpar al “ciclo neoliberal” de ser uno de los causantes de la crisis de valores que tenemos; los efectos que se le achacan no son exclusivos de este periodo. En la lógica del consumismo malvado, si alguien no tiene deseos de adquirir más, no tendría motivadores para delinquir.

Cierto, el hiperestímulo ha puesto al consumo en el centro de la vida social, privilegiando el tener sobre el ser, no sólo en México sino en el mundo, pero esto más que ser parte de un modelo neoliberal es una tendencia que aceleró su paso a finales del siglo XIX con la industrialización y la producción en serie. Más artículos necesitaban más consumidores. Se inició un ciclo donde la producción quedó indisolublemente ligada al consumo y eventualmente se convirtió en algo más serio (y estratégico), la creación de un consumidor permanentemente insatisfecho.

Además, la globalización transformó las expectativas del homo consumens al mostrarle un inédito universo de posibilidades, para la mayoría inalcanzables. Recordemos la “revolución de las expectativas” de David Konzevik, donde “los salarios suben por las escaleras y los deseos por el elevador”.

Surgen preguntas de cara al nuevo gobierno austero: ¿estamos ante la última edición del Buen Fin?, ¿se desincentivará la construcción de nuevos centros comerciales?, ¿se prohibirá que las marcas saquen nuevos modelos cada año?, ¿la moda (cuyo fundamento es promover el consumo de lo que no se tiene y la circulación acelerada de mercancía) será un pecado en la anunciada Constitución Moral?, ¿desaparecerán los anuncios espectaculares que a juicio del gobierno promuevan el consumo superfluo?, ¿es posible regresar a un modelo social donde el consumo deje de ser uno de los ejes?, ¿viviremos en una burbuja para no desear aquello que no conocemos?

Más allá de modelos económicos, la naturaleza humana tiene un componente de ambición. Lo retrató Tolstói desde 1886 cuando preguntó en su relato ¿Cuánta tierra necesita un hombre? Narra la ambición del campesino Pajom, que al poseer nada, decide acumular tierras. Los bashkires, dueños de planicies y fértiles valles, le venden toda la tierra que quiera, por una bicoca. La condición es que Pajom abarque cada día la extensión que desee, mientras salga y llegue al mismo punto, antes del anochecer, de otra suerte, pierde su dinero. Seducido por aquel mejor valle, ese irresistible solar, el día uno se acaba para Pajom, quien al hacer un esfuerzo extraordinario para regresar al punto de partida antes de la puesta de sol, muere exhausto. La única tierra que necesitó fue la suficiente para sepultarlo.

La regeneración ética de la sociedad debe sustentarse en el mejoramiento de la educación (recuperando la enseñanza de la ética y el civismo, así como el impulso a las empresas culturales) y en el fortalecimiento del aparato de justicia para combatir la impunidad. Mala educación e impunidad son los enemigos a vencer. Es inadecuado etiquetar al poder económico como némesis del gobierno. El Presidente electo parece decidido a verlo así, siendo que ambos poderes deberían aliarse para elevar el nivel de vida de la población. El gran empleador es el poder económico, no el político.

Ganar una batalla empieza por identificar al enemigo. México no necesita “fuego amigo”.