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Eureka: ¡liberalismo!

Desconcertados, incrédulos, mirándose unos a otros para saber si realmente escucharon las palabras del Presidente: “Si el modelo neoliberal se aplicara sin corrupción, no sería del todo malo”. Así deben estar los seguidores de la narrativa que desde la campaña electoral ha puesto todos los males del país en una palabra: neoliberalismo, como borregos siguiendo al pastor, repitiendo los dogmas de un mesías que con el poder de su boca puede condenar lo que sea con el adjetivo perverso. Ahí está, por ejemplo, la “ciencia neoliberal”.

Haya sido un lapsus o una estrategia genial que, como los buenos magos, hacen un pase de manos para consumar el engaño, el jefe del Ejecutivo tiene razón: el enemigo a vencer es la corrupción y no los valores liberales. Hay que entender cuáles son estos valores para darle la razón a AMLO.

En Por qué el liberalismo funciona. Cómo los verdaderos valores liberales producen un mundo más libre, equitativo y próspero para todos, Deirdre N. McCloskey expone cómo, a pesar de que desde el siglo XVIII el liberalismo ha sido generador de progreso, una élite intelectual lo atacó y lo tachó de mercantilista, de estar al servicio del dinero (o del capital, villano favorito del marxismo). En 1867, Gustave Flaubert escribió “es un axioma que el odio al burgués es el principio de la virtud”. Pocas palabras han hecho tanto mal a la humanidad como la condena irracional a una clase social, la burguesía, que, como dijo Ikram Antaki, es a quien debemos enormes avances de la humanidad. La campaña de descrédito ha sido efectiva, ser burgués se convirtió en algo sucio.

Desde su origen, el orden mercantil arrebató poder a la nobleza y al clero, el burgués se convirtió en un hombre libre gracias a su trabajo. Se trata, dice Ikram, “de un nuevo orden laico que no depende de la voluntad de Dios, que hace apología de la riqueza” y los logros personales. Burguesía y valores liberales van de la mano, producen movilidad social, atacan la pobreza. El burgués (el comerciante, como los millones que tenemos en México, desde los formales hasta los informales) se convierte en un ser con capacidad patrimonial, nada le es heredado (como al noble). Es quien reta su destino y arriesga para poner un negocio, busca nuevas tecnologías y conocimiento, se atreve a viajar para importar lo que ve como oportunidades, y puede hacerlo cuando tiene libertad. Millones de mexicanos que buscan prosperar y heredar un mejor futuro a sus hijos son burgueses en potencia. Los valores liberales les convienen.

Los grandes villanos de la sociedad son la pobreza y la tiranía, afirma McCloskey, y son producto de políticas antiliberales donde el papel del Estado es cada vez mayor, apuntando al monopolio. Mientras el liberalismo busca incrementar la productividad y la riqueza, el autoritarismo busca incrementar el poder. En esa lucha ideológica caemos en provocaciones extremas, de izquierda o de derecha. Porque ni los pobres los son por flojos ni porque lo merecen, ni todos los empresarios son abusivos y ricos. Dice McCloskey: “La esencia de un verdadero liberalismo humano es un gobierno de tamaño moderado, honesto, efectivo, con visión para apoyar a los pobres”. Por supuesto que el Estado debe tener un rol normativo que modere excesos e inhiba abusos. El dilema es qué tanto es tantito. China e India son una muestra; el liberalismo bien aplicado disminuye la pobreza.

El liberalismo no ve a la desigualdad como villano. El liberalismo busca acabar con la pobreza, no con la desigualdad. Los que llamo “teóricos de la desigualdad” ven el liderazgo económico en un sector como algo que debe ser combatido. ¿Y si esta dominancia es producto de su talento y productividad y no de actos corruptos y prácticas monopólicas? Donde hay desarrollo hay desigualdad, y debe haber un espacio ético para ésta. La desigualdad que hay que combatir es la del gobierno que practica un “capitalismo de cuates”, y debe combatirse también la que ofende la dignidad y la justicia de los menos favorecidos. Como he dicho, México será posible si construimos y pensamos a partir de la dignidad del otro. Los valores liberales bien aplicados apuntan hacia allá.

Eureka: el lema de los valores liberales podría ser “Por el bien de todos, primero los pobres”.