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Ensalada de señales

El experimento me funcionó como si lo hubiera ensayado decenas de veces, la realidad es que era la primera vez que lo intentaba. Momentos previos a un partido de futbol de uno de mis hijos, un grupo de papás tomó la bandera de nuestro equipo y se dispuso a clavarla en el césped, gesto muy común en San Diego, California. Yo traía mi cámara fotográfica y les grité (en inglés, pues eran norteamericanos): “¡Pónganse como los soldados!”. Con asombrosa coordinación el grupo de unos seis individuos se congeló emulando la estatua conmemorativa de la victoria norteamericana en Iwo Jima. Los papás expresaban en su rostro una sonrisa idéntica.

Con secreta satisfacción tomé la foto para la posteridad (la de mis pensamientos) y con el tiempo se volvió parte de mi argumento la importancia de observar y entender el concepto de “código cultural”. Cuando aquellos papás escucharon mi grito, de su memoria sacaron la imagen que su sistema social les ha inculcado desde niños. De haber pretendido que a mi comando uno de aquellos padres tomara la bandera, se envolviera en ella y simulara un brinco al vacío, aún estaría esperando que eso sucediera. Sin duda el significado que tiene la asociación soldados-bandera es distinto para los gringos que para los mexicanos.

La sociedad se rige por leyes y por instrucciones no escritas (la costumbre, las tradiciones), para ello debe producir significados, materia prima de la cultura, que les dan relevancia o no a los hechos. Los negocios también son productores de significados y símbolos; las marcas, el logotipo (su signo distintivo), su nombre, los colores, las formas, son símbolos sujetos a la significación del mercado. Comunicar con símbolos ajenos a una cultura es suicida, pero ir a favor del código cultural es como usar la fuerza del viento a tu favor. Mi atesorada fotografía es una prueba.

En las carreras de negocios falta un tornillo que no viene en la caja: una dosis de semiótica, la disciplina que estudia la creación de significados y su difusión entre individuos y grupos. Pero también falta en el ejercicio de gobierno. Cambiar el código cultural, es decir, reprogramar a la sociedad mexicana, implica hacer una sustitución simbólica de las prácticas que se quiere erradicar. Si actualmente pagar una “mordida” para no ser multado o dar un “moche” para ganar un contrato con el gobierno, significan “no pasa nada”, “todos lo hacen”, “así funcionan las cosas”, habría que cambiar el significado a “tienes consecuencias”, “sólo unos pocos corruptos lo hacen”, “deshonraré a mis hijos”, etcétera.

Las señales son portadoras de significados. Veo contradictorios los nobles fines del gobierno federal -particularmente acabar con la corrupción- con las señales que ha lanzado, especialmente el no castigar a los corruptos que tanto se señalaron desde la contienda electoral. Necesitamos resignificar el concepto de ley y de justicia en México si pretendemos realmente combatir la impunidad. Quizá no estoy entendiendo la jugada maestra del Presidente pero avalar la impunidad no ayuda a combatirla. Lo mismo aplica para la transparencia. Que la gran mayoría de las compras gubernamentales no se hagan vía licitación pública es un símbolo contrario a las prácticas de transparencia. El que la rentabilidad de una futura refinería no sea importante para el Presidente quizá signifique que estamos ante un nuevo significado de rentabilidad, bajo nuevos códigos.

Dado mi origen chilango, durante muchos años me irritaba escuchar la expresión tapatía “ocupo” como sinónimo de “necesito”. Me sentía dueño de la verdad y con el deber de corregir: “ocupar es la presencia física en un espacio”. Entender de semiótica me llevó a la conclusión de que el símbolo que es la palabra “ocupo” es correcto para el grupo social que le ha dado el significado de “necesito”. Y así podríamos hablar de infinitos ejemplos en todo el país y de nación a nación. Nuestro comportamiento está fundamentado en un simbolismo arbitrario. La vida es una ensalada de señales.

La semiótica nos deja en posición de entender al otro, nos enfrenta con la posibilidad de que nuestra significación no coincida con cierto grupo, nos hace humildes, incrementa la empatía, nos despoja de la arrogancia de sentirnos dueños de la verdad.