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El reptil siempre gana

El 9 de julio de 2006 se jugaba la final de la Copa del Mundo de futbol en el Estadio Olímpico de Berlín. Italia y Francia disputaban un cerrado partido que se fue a tiempo extra. En el minuto 110 el árbitro ponía atención en donde estaba la acción, cuando le avisan que en otra parte del terreno de juego hay un defensor italiano en el suelo y doliéndose del pecho. El réferi detiene el juego mientras pregunta a sus asistentes qué fue lo que pasó. “El 10 de los blancos asestó un cabezazo a uno de los azules”. La repetición confirmaría lo inimaginable, el mejor jugador del torneo, uno de los grandes de la historia, Zinedine Zidane, había embestido brutalmente a Marco Materazzi. Luego, millones atestiguamos la tarjeta roja más triste (e indiscutible) de la historia.

¿Qué tiene esto en común con el Presidente de una nación, que para defender a su hijo es capaz de violar la ley y abusar de su poder?

Volvamos con el jugador francés. Los comentaristas, atónitos, decían algo como “perdió la cabeza”, “se volvió loco”. Hay acciones que no se pueden explicar desde la razón, su motivación reside en otro lado. Vámonos un rato al cerebro humano. En la década de los setenta, el médico y científico norteamericano Paul D. MacLean publicó una interesante teoría con el fin de explicar qué es lo que detona nuestra conducta, desde el punto de vista neurológico. Debo advertir que estos hallazgos hoy se consideran muy rebasados en función de lo anatómico, pues lo que Maclean pudo ver entonces no se compara con los avances científicos de nuestro tiempo. Sin embargo, conceptualmente la teoría es vigente.

MacLean explicó que cuando tomamos decisiones usamos “tres cerebros” o tres sistemas del cerebro. Primero hay una evaluación racional (el “córtex”), luego una anímica o emocional (el “sistema límbico”) y finalmente la gran decisión la toma un tercer jugador (el “cerebro reptílico”). Este último es lo que nos hace similares a los animales, es el instinto de supervivencia, es el mecanismo que nos prepara para atacar o para huir, el que nos hace sacrificarnos por nuestros seres queridos, el que tiene que ver con nuestra descendencia y el que ve en los hijos los genes proyectados en el futuro. Ninguna de las acciones que hace el “cerebro reptílico” las aprendimos, simplemente las desarrollamos.

Lo importante de esta historia es que los motivos más poderosos son reptílicos. Como me ha dicho el psicólogo social Clotaire Rapaille, “el reptil siempre gana”. De ahí que acuñamos frases como “emoción mata razón” o “el corazón tiene razones que la razón no comprende”. Por ello no todo lo que hace el ser humano puede ser catalogado como “racional”.

Es fascinante pensar cómo usar las motivaciones humanas para inducir conductas. Así se trate de asuntos familiares, políticos, religiosos, deportivos, comunitarios, comerciales o corporativos, hay que saber cómo hablar a los “tres cerebros”. Un banco diseñó una cuenta infantil para promover el ahorro. Con la apertura regalaban un póster para que los niños pegaran la foto de aquello para lo que ahorraban y llevaran la cuenta de sus depósitos y retiros. El público no se interesó. Un grupo de antropólogos estudió el caso y aplicó la teoría de MacLean. Se generó un nuevo discurso de venta: “Señor, señora, hágale un regalo educativo a su hijo, es un sistema para que aprenda a ponerse metas en la vida y luche por conseguirlas”. Las aperturas de cuentas se detonaron. No cambió el producto, cambió la narrativa, de racional a reptílica.

Zidane confesó que Materazzi lo agredió con insultos a su hermana y a su madre. Esto lo “sacó de quicio”, le hizo “perder la razón” y dio un golpe animal con aquel célebre cabezazo. Cuando vemos al Presidente de un país sentirse atacado y llorar por un hijo, estamos viendo al “cerebro reptílico” en acción. Los hijos son para los padres los motivos más poderosos para actuar. No sólo entre seres humanos, también en el reino animal hay notables y conmovedores ejemplos de sacrificio y acciones en favor de la descendencia.

Se ha dicho que un hijo es una pregunta que le hacemos al destino. Cuando no nos gusta o nos afecta la respuesta, el reptil sale a luchar. Es entonces cuando la moral debería actuar; si la hubiera…