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El hombre que venció a la IA

Los estudiantes de mi generación se valieron de un ingenioso artificio con nombre de instrumento musical para enfrentar exámenes sin haberse preparado. El “acordeón” se volvió un término genérico y sinónimo de “copiar”. Debía estar escondido para ser consultado disimuladamente. Muchos de estos apuntes se doblaban a manera de fuelle; sus pliegues contenían fechas, fórmulas, referencias y nombres que no se habían memorizado. ¿Qué retos tiene la educación contemporánea cuando el “acordeón” cuenta con inteligencia artificial?

El uso de un “acordeón” para un examen dejaba al descubierto que los maestros calificaban más la memoria que el conocimiento. La capacidad de recordar aumentaba luego de hacer notas, de modo que hacer un “acordeón” equivalía a estudiar. Haber escrito una síntesis creaba un registro en la memoria. ¿Las herramientas de inteligencia artificial serán un subsidio para la memoria o serán capaces de ayudarnos a desarrollar aprendizaje y nuevas habilidades?

Tuve un maestro de matemáticas en los años ochenta que resolvió el dilema de cómo lidiar con la inteligencia artificial. Se adelantó en el tiempo. Ahora que los maestros no saben quién realmente hizo una tarea o respondió un examen, el ingeniero Ruiz Jáuregui, “Jáuregui”, personaje que alguna vez he referido por estos renglones, tenía un método muy original de enseñar y calificar. Nunca nos hizo un examen escrito. Uno a uno, aleatoriamente, nos pasaba al pizarrón y nos dictaba un temible problema de cálculo diferencial o una ecuación cuadrática. Luego venía la genialidad: exigía que habláramos en voz alta lo que estábamos pensando para que lo escuchara el grupo. Era como un escáner cerebral, una prueba para el conocimiento, no para la memoria. No había forma de sacar la máxima calificación si no nos escuchaba razonar bien, incluso si la respuesta en el pizarrón era correcta.

Los retos educativos con herramientas inéditas exigen replantear los modelos de enseñanza. Ser capaces de crear y evaluar conocimiento ha sido y seguirá siendo el reto de los maestros. Alguna vez di clases en una afamada universidad. Confieso, sin arrepentimiento, que mis exámenes eran rigurosos. Usaba selección múltiple para las respuestas, pero los márgenes entre la respuesta a), la b) y la c) eran muy apretados, de modo que quien no supiera realmente, dudaría. Además, incluía la opción d) “todas las anteriores” y la e) “ninguna de las anteriores”. Hacia el final del tiempo, les permitía consultar cualquier fuente, libro, apuntes, “acordeón”, todo menos dialogar entre ellos. En uno de esos exámenes incluso les dije “quien quiera conectarse con una señal divina, puede hacerlo”, un toque de sarcasmo para evidenciar que el conocimiento se hace, como en la vida real, a través de la consulta de fuentes de información. Entonces no había teléfonos inteligentes. Hoy, si repitiera eso de la “señal divina”, muchos consultarían en páginas de inteligencia artificial. No lo permitiría como sustituto del razonamiento. Seguramente haría pruebas orales, como las de mi maestro de matemáticas.

El problema de hoy es tener estudiantes expertos en consultar fuentes para dar la respuesta correcta, en vez de estudiantes que aprendan algo. El gran reto es desarrollar habilidades de pensamiento crítico, herramientas que ayudan a entender el mundo y resolver problemas: análisis (identificar patrones y relaciones), evaluación (evaluar la calidad de la información), interpretación (saber “leer” de manera objetiva), inferencia (saber sacar conclusiones bajo razonamiento inductivo y deductivo), explicación (poder comunicar clara o coherentemente con argumentos sólidos), autoevaluación (identificar limitaciones y prejuicios personales) y creatividad (generar nuevas ideas y soluciones a problemas complejos). La intuición también debe ser desarrollada.

Aprobar un examen es más que dar la respuesta correcta, es demostrar que se tienen los conocimientos y habilidades necesarias. Si eso no sucede, algún día dejaremos de pensar. Joseph Campbell, antropólogo, lo supo hace años cuando señaló que Luke Skywalker, el héroe de “Star Wars”, nos advirtió, con aquella mítica escena donde se retira los lentes robóticos y deja que su humana intuición tome la decisión: la tecnología no nos salvará.