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Decapitaciones

Samuel Paty, 47 años, profesor universitario de historia y geografía en Francia. ¿Su delito? Mostrar las caricaturas de Mahoma en su clase donde se discutía sobre libertad de expresión. ¿Su suerte?: decapitado a plena luz del día, al grito de “¡Allahu Akbar!” (¡Dios es el más grande!), por un joven de origen checheno.

Juan Díaz Mazadiego, funcionario público de carrera, director general de Facilitación Comercial y Comercio Exterior de la Secretaría de Economía. ¿Su delito? Haber trabajado en ese puesto durante dos sexenios. ¿Su suerte?: “decapitado” en plena homilía mañanera por un presidente de la República de origen tabasqueño, al grito de “Si estuvo en el sexenio de Calderón y en el sexenio de Peña, en ese cargo, y está en el sexenio nuestro con ese cargo… pues no puede estar”.

Fanatismo ideológico, cerrazón, impulso por exterminar sin escuchar, sin entender al otro, sin darle la oportunidad de defenderse siquiera. Las posturas ideológicas extremas tienen un común denominador: erradicar a quienes consideran sus adversarios. Los seguidores de la autollamada Cuarta Transformación dirán que exagero al comparar las dos decapitaciones, están en su derecho. En el fondo, la condición humana comparte motivaciones similares, si bien los actos materiales en Conflans-Sainte-Honorine y la fatwa ordenada en Palacio Nacional son distintos. En uno se usó un filoso cuchillo de carnicero, en el otro la palabra lapidaria del profeta, empeñado en cortar, dividir y refrendar su profunda intolerancia. En ambos casos se le niega al otro el derecho a estar.

Conste: no estoy defendiendo al funcionario a quien AMLO le ha cercenado la vida pública. No lo conozco. He leído referencias de que su trabajo era bueno. Lo grave es que el Presidente le cortó la carrera por haber trabajado en dos sexenios anteriores, ¿está eso tipificado como delito? (Sospechosamente, no pensó lo mismo con Manuel Bartlett). Además, el señalamiento sobre el funcionario viene de un periodista, durante la conferencia de prensa. Lo prudente sería que, si hay sospecha o averiguación en proceso (el propio Presidente dice: “se está haciendo un trabajo de investigación”), se considere la presunción de inocencia. Si resultase culpable, que se le aplique la ley.

El fanatismo, como la Inquisición, disfruta el linchamiento público donde basta la sospecha para armar el cadalso y llamar al verdugo. No hay espacio para la duda. ¿Qué tal si el funcionario público señalado ha ocupado el cargo tantos años por ser muy bueno y especializado en lo que hace? Consideremos otro ángulo del tema.

¿Qué tal que López Obrador vaya en un avión y le diga un periodista puntilloso: “Oiga, fíjese que el piloto de esta nave fue piloto de Calderón”? Supongo que el mandatario no exigiría que, durante el vuelo, el piloto dejara su puesto y lo sustituyeran por alguien sin experiencia, aunque leal. Eso es lo que ha estado ocurriendo en muchas dependencias de gobierno. Atravesamos tiempos de turbulencia económica, social y de salud, ¿quiénes son los pilotos?, ¿bajo qué criterios se escogieron? Me temo que no son buenas noticias saber que el fanatismo ideológico no considera los méritos, sino el dogma de quien manda. El maniqueísmo de las ideas ha puesto al frente del avión no a los más capaces sino a los más ciegos, obedientemente ciegos.

Los países del mundo luchan por salir de la crisis económica, social y de salud, nosotros además tenemos la autollamada Cuarta Transformación cuyo líder ideológico descabeza aeropuertos en construcción, plantas de inversión trasnacional multimillonaria también en construcción, reformas de modernidad energética; decapita fideicomisos, apoyos sociales que funcionaban bien, y todo esto no bajo un criterio racional de análisis costo-beneficio económico y social, sino a la luz del tamiz ideológico político.

El fanatismo ideológico no admite la posibilidad del otro, lo extermina con el sable del verdugo o la lengua inapelable de la sentencia. Acudo a Umberto Eco en El nombre de la rosa: “Huye, Adso, de los profetas y de los que están dispuestos a morir por la verdad, porque suelen provocar también la muerte de muchos otros, a menudo antes que la propia, y a veces en lugar de la propia”.

Epitafio para los decapitados: “No puede estar”.