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Aprender de la historia

La plaza llena, el pueblo alebrestado, enojado, no cabe un alfiler mientras las manos se agitan y cientos de miles de gargantas vitorean al salvador; él, desde un punto más alto, domina el panorama. A cada lance del político la multitud responderá azuzada. Cada arenga del líder alimenta la furia en la gente y cada exclamación de ésta anima más al político. El enemigo común: los empresarios malos.

“… vamos a tener que volver a la época de andar con el alambre de fardo en el bolsillo”, les dice Perón, aludiendo a 1951, cuando anunció que distribuiría “alambre de enfardar para colgar a nuestros enemigos”. El grito de los argentinos, ensordecedor, alienta el linchamiento a quienes son sus enemigos, se les ha dicho, por aumentar los precios: “¡leña, leña, leña!”. Perón no calma los ánimos, opta por el enfrentamiento, lo suyo es poner a unos contra otros: “¡eso de la leña que ustedes me aconsejan, por qué no empiezan ustedes a darla!”. Aquello de pronto no es la Plaza de Mayo, es como un coliseo donde el César ha dictado sentencia. Perón debe gritar para que su voz se escuche ante el clamor popular que ya huele la venganza, “con referencia a los especuladores, el gobierno está decidido a hacerlos cumplir los precios aunque tenga que ¡colgarlos a todos!”.

Su carácter autoritario no puede esconderse por más que algunas veces se haya esforzado por disfrazarlo. Continúa: “¡Hasta ahora he empleado la persuasión, en adelante emplearé la represión… quisiera Dios, quisiera Dios, que las circunstancias no me lleven a tener que emplear las penas más terribles!”, y la multitud, que no piensa, sólo siente, grita desaforada. Nada de eso terminará con la crisis económica ni el desabasto, las medidas peronistas de control de precios empeoraron las cosas. (Aquí el video: https://youtu.be/1fwcYXah-cs).

Años después, mismo continente, diferente país, Julio Lobo Olavarría, magnate mundial del azúcar, está confiado del resultado de la Revolución Cubana, movimiento que incluso ha apoyado con la confianza de quien piensa que Estados Unidos no permitirá un régimen comunista en Cuba. Representante del capitalismo cubano, la fortuna del “rey del azúcar” (valorada en 200 millones de dólares de aquellos tiempos) abarcaba 16 ingenios y operaba la mitad de los seis millones de toneladas anuales que se producían en la isla (actualmente Cuba cosecha algo más que un millón de toneladas anuales). Como suelen ser vistos muchos empresarios exitosos, era admirado por unos y despreciado por otros, se le conocía por trabajador, austero y por no ser corrupto (en una época donde abundaban las influencias y las transas). Su vocación social estaba clara, en sus haciendas construyó hospitales, escuelas, bibliotecas y campos de beisbol para sus empleados.

Consolidado el triunfo castrista, Lobo fue llamado por el presidente del Banco Nacional, Ernesto “Che” Guevara. Para algunos historiadores ese encuentro marcó el parteaguas de la historia cubana. El Che le informó que no le habían encontrado irregularidades en sus cuentas y que apreciaban su apoyo, pero que debería entender que un imperio capitalista era incompatible con una revolución socialista. Como cortesía le anunciaban que el comandante Castro expropiaría todos sus ingenios menos uno, que se le concedía para que ahí viviera y mantuviera algunos ingresos. Lobo pidió tiempo para responder la oferta. Habló con su abogado, juntó a la familia y en unas horas salió de Cuba rumbo a un exilio definitivo; dejó todo, llevaba apenas una maleta pequeña. Cuba nunca volvió a ser referente mundial en azúcar, no sólo se desplomó la producción sino los miles de puestos de trabajo que se habían generado. Lobo murió en el exilio en 1983. Una silenciosa cripta en la catedral de Almudena conserva sus restos envueltos en la bandera cubana.

Ningún país ha creado bienestar sin el trabajo conjunto de un gobierno que aliente inversiones (y coinversiones público-privadas) y una clase empresarial responsable que arriesga y genera empleos. Ambos sectores deben crear valor (privado y social) y deben comprometerse al bien común. La historia, no la filiación política o filosófica, dice algo muy claro cuando la política convierte a los empresarios en enemigos:

Así no.