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AIFA: ¿sueño o pesadilla?

Hay niños que sueñan con ser futbolistas o astronautas, otros con construir aeropuertos. “Mis padres siempre me dejaron volar, nunca me aterrizaron”, me dice Francisco, en sentido metafórico, y cuenta su embeleso infantil por ver aeropuertos como “máquinas perfectas que acogían pájaros de acero”. Desde entonces soñó con hacer aeródromos. Con el tiempo se hizo arquitecto, se fue de México en busca de proyectos y en Chicago conoció a quien con el tiempo sería su mentor, socio y amigo, Helmut Jahn, heredero de un linaje aeroportuario. En ese despacho de arquitectura había proyectos en Estados Unidos, Europa, Asia y, dentro de todas las posibilidades, el destino toca la puerta cuando a Francisco le encargan la expansión del aeropuerto de Chicago. Su sueño cobraba vida y sería el inicio de una exitosa trayectoria, pues, a la fecha, ha tenido colaboración protagónica en los aeropuertos de Chicago, Bangkok, Shanghái y Beijing.

Conocí a Francisco González-Pulido hace un par de años, mientras hablaba con pasión de su proyecto, el Aeropuerto en Santa Lucía. Ante mis dudas, luego de la caprichosa cancelación del NAIM, me convenció: “Te aseguro que vamos a tener un aeropuerto para estar orgullosos”. Al ver su experiencia internacional, no pude sino reconocer el tino del gobierno para contratar a un especialista de su nivel.

En mayo de 2020 Francisco González-Pulido entregó al gobierno federal el plan maestro de un complejo que abarca el edificio terminal, la ciudad aeroportuaria, las áreas de servicios, la ciudad militar, las zonas verdes, la plaza central y hasta un museo paleontológico para honrar los descubrimientos fósiles de la zona. Luego de esta entrega, no supo más de su cliente. Por razones desconocidas, fue marginado del proyecto. Sin menoscabo de la reconocida capacidad de construcción que tiene el Ejército mexicano, diseñar y proyectar un aeropuerto es una materia que implica el concurso de muchos especialistas.

Mañana se inaugura el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles, en Santa Lucía. Un proyecto originalmente diseñado para ser uno de los mejores aeropuertos del mundo, respetando límites presupuestales, sin estridencias, con funcionalidad y viabilidad operativa que inicialmente daría servicio a 20 millones de pasajeros al año, con fases expandibles a 54 millones y posteriormente 84 millones, lo que lo convertiría en un hub internacional importante, sin necesidad de mayor infraestructura básica. Los 14 puentes de embarque (iniciales) albergan 2 posiciones de contacto, es decir, 28 aeronaves grandes, en una primera etapa. El proyecto contempla construir una terminal gemela para duplicar su capacidad.

Pronto sabremos qué tanto se respetó el proyecto arquitectónico. Por lo pronto hay señales que dejan ver lo que Francisco llama “un resultado muy distante”, cambios de materiales y su calidad, cambio de diseño, cambio en pavimentos externos e internos. En la mente de Francisco estaba el proyectar un México del futuro, mostrando su cultura pujante, innovadora, y no su folclor que, sin denostarlo, no era el espacio para exhibirlo. Una pregunta es inevitable: ¿para qué contratas a un arquitecto si luego no vas a respetar su diseño?

“Mi sueño era hacer una máquina perfecta… una obra que hablara de México de otra manera, no de uno manufacturero, sino de un México conectado a la industria del conocimiento… que mostrara que en México es posible la originalidad tecnológica”, me dice con un dejo de nostalgia cuando intuye que su sueño será un conjunto de realidades tristes.

45 años después de que aquel niño soñara con hacer aeropuertos, reflexiona: “Mi sueño para Santa Lucía fue un sueño gigante… donde se expresara la magia de lo que representa México”, “(una terminal aérea) le dice a un país no lo que somos, también lo que queremos ser”, “es la expresión sutil (no folclórica) de la cultura de un lugar”, “Santa Lucía era la oportunidad perfecta para presentar a un México a una escala completamente diferente”. “Es duro darse cuenta que cuando la fuerza se impone sobre la razón, los sueños se desmoronan”, aunque “la arquitectura es una carrera de optimismo… espero que si algo queda de lo que hemos diseñado, se convierta en el motor de lo que falta por hacer”.

Más allá de los cielos de Santa Lucía, un arquitecto seguirá volando.