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A medio rostro

La ficción literaria es una suerte de presagio donde la realidad rebasa a la imaginación más sorprendente. En 1946 se publicó un cuento que se volvería un referente narrativo; en él, Irene y su hermano pasan de una vivencia ordinaria, predecible, a un repliegue de sus espacios y la eventual ruptura de su cotidianidad. “Casa tomada” no sólo se convirtió en un ícono cortazariano, también en una metáfora del enemigo que no vemos, pero ahí está, obligándonos a retroceder entre el miedo y las señales que interpretamos de mil formas, una lucha entre fantasmas y realidades. A diferencia del texto del autor argentino, la que está tomada es nuestra vida, tal como la conocíamos, forzándonos a permanecer en casa.

Acudir al supermercado es un crisol de los efectos de la emergencia sanitaria mundial. La mayoría de los dependientes llevan guantes y cubrebocas, al decirte “bienvenido” imaginas una sonrisa que dibujan los ojos, la prevención no ha disminuido la tradicional cortesía de los mexicanos. Entre pasillos empujas el carrito con una mano (previamente acordaste contigo que sería la derecha nada más), de modo que la otra alcance el gel desinfectante que llevas en la bolsa. Si en el área de farmacia preguntas por esa mezcla de glicerina y alcohol, recibirás una mirada entre compasiva y “¿a poco cree?”.

Hemos cambiado de tal forma que nada reconforta tanto como ver repleto de papel sanitario el anaquel. La última vez que sentí una sensación similar fue cuando Hirving Lozano hirió de muerte a la selección de Alemania. Aunque ahora no grité.

Aparentemente el pánico de quedarnos sin papel de baño ya lo superamos, qué bueno. El fenómeno muestra que la conducta del consumidor es irracional y fuertemente guiada por las emociones (también sujetas a pandemia). Detrás de la batalla por un rollo de papel de baño está el deseo por recuperar el orden que se ha roto, también un impulso profundo, seguramente subconsciente, por limpiar, ese verbo que hoy se practica con frenesí, por expulsar la suciedad, el enemigo. Tocó que el papel higiénico fuera el depositario material de estos deseos. Ésa es mi explicación.

En la fila de la caja una señora de unos 70 años ha dejado prudentemente una distancia inaudita con el cliente que está pagando. Heroicamente otro septuagenario empaca la mercancía, también lleva cubrebocas y unas bolsas de plástico a modo de guantes, su medio rostro debe ser prueba de la necesidad de trabajar y la esperanza por no contagiarse. La señora avanza para pagar, yo me detengo, por convicción, a una distancia prudente de ella, aunque debo decir que con su mirada ya me lo había ordenado: ¡detente!

El presidente de la República exaspera, sí, con sus invocaciones religiosas, él y otros funcionarios se vuelven motivo de burla que supera las fronteras. Yo los invito a ustedes, lectores, a que le tomemos la palabra: detengámonos, dejemos de estar centrando nuestra atención y energía en lo que hace o deja de hacer, para mejor hacer lo que está a nuestro alcance, que es bastante. Si a nivel federal no pueden o no quieren, también tenemos autoridad estatal y municipal. Por cierto, me dio mucho gusto escuchar el mensaje del gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, tomando el tema con seriedad, dando información científica, anunciando buenas medidas y exhortando a los ciudadanos a que hagamos nuestra parte: quedarnos en casa, entender que el aislamiento social es, por ahora, la vacuna. ¡Detente! Sí, en la crítica a AMLO; veamos otras cosas más allá de nuestro enojo, hay líderes políticos, empresariales, ciudadanos a quienes escuchar y seguir. Cambiemos, por salud mental, nuestro referente emocional.

Estamos a medio rostro, sí, una especie de mutilación de las caras que somos cuando no tenemos miedo, esa presencia que de pronto se dibuja en un espejo y nos pone en estado de alerta; usémoslo a nuestro favor, ha sido compañero desde las cavernas hasta el más reciente virus, que no nos paralice, que nos sirva de adrenalina para enfrentar esto que es pasajero y para preparar la necesaria reconstrucción en la que habremos de quitarnos el cubrebocas, estrechar nuestras manos y abrazarnos, como antes de que nuestra vida fuera tomada.

Estamos a medio rostro, sí, no a media esperanza.