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Reciprocidad perversa

Colin Turnbull, antropólogo, atestiguó en 1957 un hecho notable entre los Mbuti, pigmeos que premiaban el esfuerzo colectivo cazando en grupo. Uno de sus líderes decidió subrepticiamente anteponer su propia red y capturó la presa. La tribu lo enjuició por un acto vil y contrario a sus valores. El delincuente se disculpó y entregó el animal al grupo; se le pidió abandonar la tribu y su nombre quedó deshonrado.


¿Nuestra especie está más orientada al individualismo o a la cooperación social? Aunque muchos científicos favorecen el argumento evolutivo de la selección natural a partir de la competencia y la crueldad, la especie humana no habría podido sobrevivir sin el instinto de cooperación, la reciprocidad social que consigue aliados y hermana objetivos.

Recompensa y castigo son elementos fundamentales en las tribus estables (uso el término para referirme a cualquier grupo humano que vive gregariamente). Para Herbert Gintis, las culturas que establecen mecanismos para recompensar la cooperación y castigar a quienes no cooperaran sobreviven más. Pero el mismo principio funciona para tribus delincuentes. La reciprocidad cohesiona.

En México tenemos un gran ejemplo de reciprocidad: la partidocracia, un sistema de recompensas y castigos. Lamentablemente para el país, la reciprocidad se da entre partidos políticos, no entre estos y la sociedad. Sólo así se explica una realidad que raya en lo kafkiano, aquí se premian los políticos y castigan al ciudadano.

El Partido Verde fue exonerado de sus graves pillerías electorales a pesar de que la ley contempla como castigo la pérdida del registro. Hubo reciprocidad entre quienes dieron el fallo (hoy por ti, mañana por mí). Como premio (reciprocidad) puede entenderse el polémico nombramiento de Arturo Escobar como subsecretario de Prevención y Participación Ciudadana, cuyo historial lo descalifica ante la sociedad, pero lo califica entre su clan. Ante “la Iglesia en manos de Lutero”, hacen bien las agrupaciones civiles en romper el diálogo con un individuo que ha mostrado loable cooperación a su camarilla.

Gran reciprocidad muestran los partidos políticos para pretender recibir más de 10 millones de pesos al día durante el próximo año, cifra escandalosa para un país con tantas carencias. Si la partidocracia quisiera ser recíproca con la sociedad, de donde recibe el dinero, debería reducir considerablemente el monto del financiamiento público. Enorme altruismo tiene la Cámara de Senadores para sus integrantes cuando pretende erogar hasta 1 millón de pesos por el servicio de valet parking, por 6 meses. ¿Por qué no cada senador se paga su propio servicio?

Compárense estas cifras con los 6 rollos de papel de baño y 2 bolsas para basura que recibe al mes el Museo de Paleontología de Guadalajara, situación precaria en la que están tantas escuelas, hospitales, universidades y otras dependencias.

Si del interés de la Nación se trata, vivimos una reciprocidad perversa en la que un grupo se sirve con la cuchara grande y además dicta las reglas en la cocina. Una mayor participación ciudadana mostrando su descontento ante los flagrantes abusos de la partidocracia y los malos gobernantes, un fortalecimiento de las instituciones para operar mecanismos (meritocráticos) que premien la cooperación y castiguen las egolatrías, son ingredientes para evolucionar en un país donde la partidocracia premia y castiga según sus intereses. Así se explican casos como el de Virgilio Andrade y Arturo Escobar. La meritocracia mexicana carbura con impunidad y cinismo, funciona en contra de la mayoría.

La reciprocidad perversa tiene desaparecida a la Patria. Quizá por ello los nuevos diputados (con honrosas excepciones) destinaron buena parte del tiempo que les pagamos a debatir y decretar el “Día nacional de la desaparición forzada”. Crear un símbolo de culto hacia un fenómeno lo hace más presente, mejor deberían legislar para castigar la reciprocidad perversa que fomenta las desapariciones.

Una selva en el Congo esconde buenas pistas, los Mbuti saben.