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MéxicOz

Se cumplen 75 años de la película El mago de Oz. Como sucede con muchas obras que en la superficie son para niños, la historia de Oz ha tenido diversas interpretaciones y profundidades, como esos icebergs que asoman una breve porción de masa, simbología disponible a los ojos curiosos.

El mago de Oz ha sido vista como una parábola sobre populismo y política económica, se le han argumentado tres tipos de alegoría: religiosa, ateísta y feminista, hay quien le ha encontrado reminiscencias junguianas, otros ven la teoría de la conspiración, y no ha faltado quien señale, como Salman Rushdie, la incompetencia adulta que propicia el crecimiento del niño. En este tobogán de interpretaciones añado mi visión.

El titular del Ejecutivo ha tomado con vigor y en mayúsculas la palabra Acción, vocablo (otrora activo) constitutivo del PAN que hoy sirve para construir un discurso de país en movimiento, impulsado, a decir del Presidente, por las reformas estructurales, cambios que durante la semana fueron objeto de festín y crítica. ¿Hacia dónde se mueve México en la visión de Peña Nieto? A juzgar por las palabras presidenciales parece que vamos por el camino de ladrillo amarillo, hacia la tierra fantástica de Oz.

Sin quitarle mérito al esfuerzo y al ímpetu reformador del discurso presidencial, me parece que se subestima y simplifica en exceso el camino que ha de conducirnos a esa tierra prometida de esmeraldas. “Se han derribado las barreras que impedían a México crecer”, escribe el Presidente en Twitter, y también habla de “poner las reformas en Acción”. Está bien que un líder muestre su optimismo, pero las declaraciones esbozan que compramos una máquina milagrosa que nada más basta echar a andar y que camine; además, ya no hay obstáculos. La barrera es también no ver la barrera.

El andamiaje del sistema político y cultural en México está infestado de corrupción, preocupa que no se vea esta gran barrera que potencialmente puede sabotear los anhelos metasexenales de un Presidente que ha dicho que su gobierno no sólo llegó a administrar, sino a transformar. El titular del Ejecutivo pecaría de optimismo o ingenuidad si, cuando dice “ciclo transformador que acabamos de concluir”, no ve que el ciclo apenas comienza. La implementación de los cambios es el verdadero proceso transformador.

Ahora requerimos más que un Presidente transformador, un estadista que pueda iniciar un fortalecimiento de las instituciones del país como una forma de combatir la corrupción (y la impunidad) endémica. Ante la fragilidad del individuo para ser corrompido, las instituciones deben ser el baluarte para contrarrestar y sancionar este nebuloso rostro del hombre, que en el caso de México, es el eslabón más débil. Recordemos que una cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones.

Vamos alegremente cantando hacia esa modernidad que asoma sobre el arcoíris, impulsados por la fuerza de tornado de las reformas que prometen pasarnos del sepia al technicolor. Nos acompaña un espantapájaros sin cerebro (la estrategia contra la corrupción, el Poder Legislativo que, salvo honrosos casos, tiene paja en la cabeza), un hombre de lata entumecido (la productividad nacional carente de estímulos poderosos y con crecimiento raquítico que espera el aceite liberador de las reformas) y un león cobarde (los partidos políticos que, al velar por sus intereses mezquinos, se empeñan en demostrar que la democracia no funciona en México, la ley que pretende asustar, pero no espanta a los delincuentes).

Por supuesto, están también todas las brujas del Este y el Oeste (poderes fácticos, intereses gremiales, pactos inconfesables, inseguridad rampante, impunidad), y Dorothy (la ciudadanía inocente que espera el milagro de las zapatillas de rubíes).

Los mexicanos no éramos ariscos, nos hicieron. Para mejorar nuestra realidad está la ficción: avanzamos por el camino amarillo, al final cada quien obtiene lo que le faltaba, cerebro, corazón y valor. Experiencia es la posibilidad de dudar en medio del optimismo.