A lo largo de la historia, el ser humano ha sido testigo de descubrimientos y avances que han cambiado su forma de vida. La agricultura convirtió a los nómadas en sedentarios, el fuego permitió cocer alimentos y mitigar el frío, la rueda facilitó muchas labores, el vapor y la revolución industrial cambiaron nuestra forma de producir y consumir bienes, el automóvil hizo más cómodos los trayectos, el avión acortó el planeta, el teléfono y la televisión redefinieron el concepto de distancia (no es casual que su raíz etimológica sea la misma), la ciencia de la información y la computación modificaron el trabajo, el internet potenció nuestra capacidad colaborativa, el teléfono celular catapultó todo lo anterior, y en temas de inteligencia artificial andamos cuando la pandemia nos tomó por sorpresa, dejando un nuevo avance científico en la puerta, presagio de un salto cuántico para la humanidad y sus progresos.
La búsqueda de una vacuna (gran parte del planeta ya encontró las ansiadas inyecciones, no así la mayoría de los mexicanos que seguimos esperándolas) aceleró una herramienta de la biología molecular que existe hace unos pocos años y es ahora este nuevo avance humano: el CRISPR, que, para decirlo en forma llana, es una metodología que permite editar ciertos genes. Imagina que tu historial biológico ya está escrito en una página, es decir, tu herencia genética. Mucho de lo que te suceda o no en la vida, en relación a la fisonomía de tu cuerpo y las enfermedades que tengas, está predispuesto en esa “hoja” escrita que heredaste de tus antepasados. Imagina que alguien tiene el poder de cambiar palabras o renglones de esa historia. La edición de genes es toda una realidad y promete enormes avances para prevenir y remediar enfermedades que hoy no tienen cura o bien son muy difíciles de combatir.
La edición genómica no está exenta de polémica, grandes cuestionamientos éticos y morales deberán responderse para ir a la par con el progreso, de modo que la humanidad pueda aprovechar sus ventajas y limitar sus potenciales implicaciones nocivas. El factor ideológico será otro de los obstáculos en el camino de estos avances. Las reacciones conservadoras se oponen a los cultivos con semillas mejoradas genéticamente (el presidente de México, dentro de esos conservadores, por cierto). Pronto, gran parte de los alimentos que comamos tendrán este tipo de innovaciones en aras de una mejor calidad de vida. Alimentos con más nutrientes, asequibles a la población, deberá ser una de las metas.
Los avances del CRISPR no se circunscriben únicamente a la medicina. Se especula que también funcionarán para crear alimentos libres de factores alergénicos, registrar el historial celular de una persona, producir granos de café descafeinados (les doy mi pésame de antemano), producir energías más limpias (imagino aquí el Nahle-berrinche), erradicar plagas, cosechar tomates picantes, pescados más nutritivos, caballos de carreras más rápidos y hasta revertir algunas especies extintas (bueno, aquí hay que darle crédito a la autollamada Cuarta Transformación, ya lo hacen) y más.
La misma analogía que funciona para editar una secuencia genética funciona en un grupo social. Por ejemplo, no es descabellado hablar de la “genética de una empresa” o su DNA, el conjunto de atributos que la constituyen. Lo interesante es que así como el CRISPR edita un gen, plantear una “genética empresarial deseada” implica implantar en la cultura organizacional ciertas conductas con el fin de que se conviertan en parte de la compañía.
Lo mismo es posible en términos de un país. ¿Qué edición cultural podría tener la clase política mexicana para mejorar su desempeño? Imaginemos, aunque suene utópico, que tuviéramos un líder que busque desarrollar otros líderes, no sólo desarrollar más seguidores. El primero quiere ser sucedido, el segundo quiere ser necesitado. Imaginemos que pudiéramos editar el gen caudillo-mesías para implantar el gen institucional, de modo que la agenda del país no fuera producto de un pastor matutino sino de la visión colegiada de un grupo de personas capaces y libres de ideología.
Los avances humanos parecen, al principio, ciencia ficción. Con la ingeniería genética no está de más recordar a Jean-Luc Picard: “Todo es imposible, hasta que deja de serlo”.