Primero fue sospechosa, luego culpable. Se le expropiaron sus bienes y su descendencia fue despojada de derechos y beneficios. En el acta de diligencia del tormento a Doña Francisca Núñez de Carvajal se lee: “Y estando desnuda con unos zaragüelles y la camisa baja, en carnes de la cintura arriba, fue tornada a amonestar que diga la verdad con apercibimiento que se pasará con el tormento adelante […] Fuéronle mandados ligar los brazos flojamente, y estando ligado fue vuelta a amonestar […] se le dio segunda vuelta de cordel […] y dio nuevos gritos: Que se muere, que se muere, y que le den la muerte junta porque la descoyuntan del todo y le acaban la vida, que no lo puede sufrir, y si más supiera lo dijera […] Le fue mandada dar tercera vuelta de cordel […] y dijo: Ya tengo dicho que creía y guardaba la ley de Moisén y no la de Jesucristo; y dio nuevos gritos, y que hayan misericordia de ella […]”. Ya luego la tendieron sobre el potro.
Me interesan los motivos por los cuales el Tribunal del Santo Oficio torturaba personas, no por tratarse de la religión católica en particular sino por haber actuado en nuestro país y con nuestros antepasados (algunos quizá del lado que no quisiéramos). De la misma manera encuentro aberrantes las creencias fundamentalistas agresivas que en Mea Shearim se expresan apedreando vehículos motorizados el Shabat, o la inmolación islámica que en nombre de Mahoma destruye lo que considera hereje.
La reciente ola de nacionalismo amenaza con regresarnos a oscuros capítulos de la historia donde, guiados por el prejuicio, la superstición y un etnocentrismo miope (perdón por el pleonasmo), el ser humano escribió renglones torcidos, en busca de mantener a raya al otro, al distinto, no sólo en aspecto sino en manera de pensar.
Hace unos días Mural dio cuenta de que Alfredo Peña, abogado y filósofo, fue expulsado de un club de golf en Zapopan por tener tatuajes en los brazos (representaciones de sus hijas, su madre, imágenes aparentemente no ofensivas para la comunidad). Amigos judíos me han dicho que se les negó la membresía por su filiación étnica. La esencia de las prácticas inquisitoriales y fascistas sigue viva. De existir la Santa Inquisición muchos de nosotros iríamos vivos a la hoguera por motivos que hoy consideramos inofensivos: usar ungüentos, creer en amuletos, prender velas y sahumerios, tomar pócimas sospechosas, que otrora se consideraron hechicería, magia de brujas, sanaciones diabólicas, conjuras amenazantes o adivinaciones satánicas.
Ciertamente los tatuajes nos enfrentan al lado más oscuro de nuestros prejuicios, no sólo en México. Los experimentos sociales al respecto muestran que hay mucho por avanzar en materia de tolerancia y no discriminación hacia lo que consideramos una transgresión (desviación a la norma). En México podemos estar peor. El inminente cambio de régimen se construyó, en parte, bajo un discurso de rechazo a lo otro. Si no hay mesura, podríamos entrar en una muy desagradable etapa de enfrentamiento entre quienes se consideran parte de la familia real y los plebeyos. El nombramiento de los coordinadores federales de Programas de Desarrollo en los estados inducirá a comportamientos virreinales que rivalizarán con los gobiernos estatales. Serán ellos y nosotros. Habrá “tatuados” y “no tatuados”.
Tzvetan Todorov advirtió del mal en Nosotros y los Otros: “El etnocentrismo consiste en el hecho de elevar, indebidamente, a la categoría de universales los valores de la sociedad a la que yo pertenezco”. En la misma obra cita a La Bruyère: “El prejuicio del país, aunado al orgullo de la nación, nos hace olvidar que la razón pertenece a todos los climas, y que se piensa de manera justa en todos los lugares donde hay hombres: a nosotros no nos gustaría que nos trataran así aquellos a los que denominamos bárbaros…”.
El nacionalismo y el fascismo han hecho mucho daño al significar “uno como nosotros” en vez de “uno de nosotros”. En pleno siglo XXl enfrentamos la madre de todas las batallas, la tolerancia pacífica entre lo nuestro y lo otro. En 1590 Doña Francisca Núñez de Carvajal fue descoyuntada por ser judía, en el 2018 Alfredo Peña fue expulsado por tener tatuajes.
Han pasado 428 años. El tribunal sigue aquí.