Un nuevo gobierno es una pregunta que le hacemos al destino. Ya contestamos “quién”, ahora viene el “cómo”. Si las promesas de campaña son deudas, el próximo gobierno de López Obrador será uno de los más apalancados por las enormes expectativas que generó. Algunas de esas promesas son contrarias al fin que persiguen, habrá entonces que negociar qué es más importante, la promesa de campaña o el objetivo del gobierno.
Esta negociación no solamente involucra a AMLO versus otros, sino a AMLO versus AMLO. Él mismo deberá reflexionar hasta dónde cumplir una promesa dañaría la consecución de un logro mayor. Deberá verse obligado a ponderar sus objetivos y en función de ello decidir. Por ejemplo, si para él lo más importante es no fallarle al pueblo en aquello de “por el bien de México, primero los pobres”, debería evaluar cuál es el impacto de su promesa de no usar la seguridad e inteligencia del Estado Mayor Presidencial. Bajo mi óptica, poner en riesgo su persona y la institución presidencial afecta mucho la estabilidad del Estado mexicano, lo que a su vez vulnera la suerte de todos, incluyendo a los pobres.
Lo mismo puede argumentarse con la promesa de viajar en líneas comerciales y no usar el avión presidencial ni otro medio de transporte aéreo propiedad del Estado. Son dos caminos, dos implicaciones, ¿cuál de ellos le facilita atender mejor los intereses del pueblo que hoy espera tanto de él?
Una forma de enfrentar este dilema, que ya ha empezado a ser evidente (hay dentro de su círculo cercano quienes intentan convencer al virtual Presidente electo de traer seguridad) y seguramente crecerá en temas y alcance dentro de la cabeza del hombre sobre cuyos hombros se espera tanto, es ver la teoría de un clásico de la administración y el liderazgo, Peter Drucker, un hombre que marcó el estilo personal de dirigir de muchos exitosos directivos y organizaciones.
AMLO, es indiscutible, tendrá poder para tomar decisiones, pero ¿el hecho de que tenga el poder de cambiar las cosas es justificación para que las cambie? Le ayudaría reflexionar sobre el pragmatismo de Drucker: una cosa es hacer la cosa correctamente y otra es hacer la cosa correcta. El pensador norteamericano hacía una sutil distinción, ser eficaz es hacer la cosa correctamente pero ser efectivo es hacer la cosa correcta. En aras de la eficiencia se han tomado pésimas decisiones, el centro de atención está en la actividad, no en el fin ulterior. Digamos que es posible equivocarse correctamente. En contraste, la efectividad pone en el centro de la decisión el propósito mayor. Así, cumplir una promesa de campaña podría ser eficaz pero no efectivo.
Ahora que el tabasqueño sea Presidente electo (y obviamente al ser Presidente en funciones) es válido el argumento de que para que le vaya bien al pueblo le tiene que ir bien a AMLO o “Por el bien de México, el bien de AMLO” y viceversa. Otros territorios donde se podrían flexibilizar promesas de campaña son el lugar donde vivirán él y su familia, y particularmente dos asuntos que son fundamentales para cumplir con la madre de todas las promesas, erradicar (no sólo combatir) la corrupción de México: el nombramiento del fiscal general y la forma de enfrentar la corrupción.
Para el caso del fiscal, la autonomía es clave para lanzar la señal de que se va en serio contra el delito. De haber voluntad, habría forma de nombrar este puesto con un mecanismo híbrido entre posturas como la de #FiscalíaQueSirva y la que hoy defiende AMLO. Respecto del abordaje al fenómeno de la corrupción, requiere primero entenderlo. Hasta hoy, el próximo mandatario está convencido de que con su solo ejemplo bastará y que no se trata de un asunto cultural. Por el bien del pueblo debería reconsiderar sus creencias.
Cuando se habla de “cultura de trabajo” o “cultura organizacional” se identifica un modus operandi particular en cierto grupo (una empresa, por ejemplo). Los modus operandi también se dan en la sociedad. Vuelvo a invitar a AMLO a que traduzca “cultural” como “modus operandi” y no como “idiosincrasia”. La corrupción es una práctica, no un gen. Está en los hechos, no en lo mexicano. Ofende el progreso, no la nacionalidad.
Espero que el próximo Presidente tenga la lucidez de hacer la cosa correcta y no la cosa correctamente.