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Voto por arquetipos

Los seres humanos somos, inevitablemente, grandes consumidores de historias. Nuestro cerebro está acondicionado para entender el mundo a través de narrativas y situaciones que asimilamos porque nos parecen familiares y nos reflejamos en ellas, tomamos partido, experimentamos empatía o rechazo. Las historias a las que me refiero no son piezas de ficción o cuentos nada más, son los discursos que aparecen en nuestro día a día aunque no los veamos como historias. Una marca de comida naturista que te habla de salud y bienestar, que te promete integridad en sus ingredientes, responsabilidad social por el planeta y respeto por los animales, te está contando una historia a través de sus diferentes puntos de contacto, de la misma manera que otra marca te puede contar la historia de que es maravilloso explorar el mundo, subirte a un vehículo todo terreno, salirte del camino común para descubrir culturas y tomar fotografías excepcionales.

La primera marca, aunque no te lo diga, tiene el papel de “sanador” (y sus derivaciones “dador de cuidado”, “guardián”, “ángel”), la segunda marca es el “explorador” que llevas dentro (y sus extensiones “aventurero”, “pionero”, “descubridor”), quizá por ello te gusta su revista de marco amarillo, sus documentales en televisión y anhelas desplazarte en un vehículo 4×4 aunque sólo lo uses para ir del trabajo a la casa. Esos roles que se nos manifiestan en las historias que todos los días consumimos son los arquetipos, un personaje o situación universal y familiar que trasciende el tiempo, el espacio, la cultura, el género y la edad, y representa una verdad universal. Los arquetipos son la estructura invisible con la cual se han construido desde grandes obras literarias hasta mitos, religiones, leyendas, cuentos de hadas y marcas que adoptamos como parte de nuestra vida. Incluso cuando entablamos una buena relación personal con alguien, estamos “comprando” su historia, su carácter, su trayectoria, lo que representa y aspira, también sus lados oscuros y sus debilidades.

Los arquetipos humanizan, de alguna forma, aquello que consumimos, por ello también forman parte, aunque sus creadores no lo hayan determinado conscientemente, de las campañas políticas. Pensemos en los cuatro candidatos a la Presidencia de México, provocan filias y fobias, dependiendo de la historia que cuentan, dependiendo de los arquetipos que adoptan.

Uno de los candidatos representa al bufón (también al payaso, ambos arquetipos), es irreverente, tiene un humor torcido y francas habilidades para socializar. Pensemos en un personaje como el Guasón en la serie de Batman. En su lado oscuro suena amenazante, cruel, insolente y llega a simbolizar una pérdida de tiempo.

Otro candidato manifiesta diferente narrativa, simboliza al rebelde (incluye al activista, al reformador, al disidente). Tiene amplio liderazgo, es provocador y bravucón, rompedor de reglas, retador del statu quo (por esto conecta con la juventud), denota un marcado poder personal. Representa a la voz que ya tuvo suficiente, al hartazgo, el cambio social que muchos aspiran, el despertar. En su lado negativo es susceptible de ira y enojo, negatividad, pérdida de límites, conducta delictiva, fanatismo, delirio de grandeza, arrogancia y tentación de ejercer un poder personal sin límites (dictador).

Un tercer candidato simboliza al inocente (al idealista, soñador, al niño), sus fortalezas son la pureza, honestidad, da confianza y transmite ser íntegro. Libre de culpabilidad de haber hecho algo malo, se siente abanderado anticorrupción. Su parte negra es su propensión a perderse en la fantasía, su tendencia a evitar o negar los problemas.

El último de los aspirantes (el que más trabajo me costó interpretar) está entre el generalista (también conocido como hombre del Renacimiento) y el camaleón (shapeshifter), domina temas de ciencia, conocimiento general, artes, tecnología, se mueve con facilidad en múltiples circunstancias. Su cara oscura implica alianzas inconstantes, deslealtad, inestabilidad y prioriza su agenda personal.

Las descripciones anteriores tienen por fuente la teoría de arquetipos, cualquier parecido con la realidad no es coincidencia. Tampoco lo es aquello que amas o detestas. En el fondo eres la repetición de un molde universal.