En la tierra de la esperanza crecen alto las promesas, las esperamos como al mesías (otro acondicionamiento religioso). Tenemos una idea generalizada de que la solución a los problemas sociales es exógena y de que tenemos que exigir soluciones, nosotros, el pueblo bueno, pues enfrente están los políticos malos, los (únicos) causantes de problemas. Este razonamiento primario ha impulsado las candidaturas (aparentemente) apartidistas y las filosofías populistas. Hay una miopía en esperar a que tengamos el gobernante ideal, el hombre milagro, para que las cosas cambien.
Tenemos el gobierno que nos merecemos porque es una representatividad de la sociedad; duele: tenemos el gobierno que somos. Aunque hay excepciones de buenos ciudadanos, estos no están representados en un sistema político y cultural tan corrupto como buena parte de la sociedad. El mejor gobernante surgirá cuando tengamos una mejor sociedad, no al revés. De una comunidad con valores que se practiquen en lo ordinario y en lo simple, podrá surgir un líder que con esos valores encauce el rumbo nacional en lo extraordinario y complejo.
No es descabellado que para cambiar azotes como corrupción e impunidad (y males que de ello emanan: violencia, inseguridad) en lugar de esperar una promesa política hagamos nosotros una promesa ciudadana. Seamos la solución. ¿Qué tal si en esta contienda electoral añadimos a las promesas de los candidatos una promesa ciudadana? ¿Qué tal si cada uno de nosotros empieza con prometer y cumplir en su ámbito cercano, en circunstancias cotidianas, en ese breve espacio donde sí podemos incidir con el ejemplo?
Sería algo así: Yo, orgulloso mexicano, le prometo a México dejar de esperar todas las soluciones del gobierno. Prometo respetar la ley desde lo más intrascendente: no pasarme un alto, no dar vuelta prohibida, no meterme en sentido contrario, no circular por el acotamiento, no estacionarme donde no debo, así lo haga por mi comodidad y porque no me pasa nada; prometo no robarme la luz, no comprar mercancía pirata, prometo pagar mis impuestos, dar una cortesía imprevista a alguien cada día, prometo no meterme en la fila, no usar mis influencias para conseguir beneficios indebidos, no tomar lo ajeno, prometo ceder el asiento a una persona mayor, ser puntual en mis compromisos, respetar los derechos del prójimo como quiero que respeten los míos, prometo no dar mordida en trámites públicos o privados, prometo pagarle seguro social a los trabajadores domésticos que tenga, prometo apoyar una fundación para que más mexicanos cumplan su promesa por México, prometo acercar a otro mexicano a una actividad cultural, prometo que si un familiar mío está en actividades delictivas haré todo para disuadirlo en vez de apoyarlo con mi tolerancia cómplice, y prometo decir algo bueno de México cada día.
¡De pronto el destino del país no depende de un político (menos uno populista)! Mídete a ti mismo con la misma vara que mides al político:
¿Cumplirías?