En aras de acomodarse para las próximas elecciones, varios políticos hacen prodigiosos actos de transformación con la esperanza de sobrevivir el inminente meteorito que indudablemente dejará malheridos -tal vez extintos- a muchos de su especie. Se trata, diría Darwin, de una danza evolutiva que busca privilegiar al más apto para adaptarse a los nuevos tiempos, nada que la ciencia no haya visto, pero una novedosa coreografía para la ciudadanía que observa el cinismo para cambiar de pareja, de piel y de creencias.
Como Gregorio Samsa, que despertó una mañana convertido en un abominable insecto, los políticos mutantes estrenan caparazones, glándulas, aguijones e inéditas extremidades. Algunos que ya se arrastraban en dos patas descubren más natural el avance en su nuevo cuerpo de culebra. Otros involucionan, vuelven al huevo y rompen el cascarón en busca del ala que les cobije. Los partidos políticos se han convertido en vientres de alquiler, en su seno se desarrollan entes híbridos, ya por habilidad mutante, ya por la milagrosa santificación de un mesías que les purifica los genes, pero todos por conveniencia.
¡Estamos ante el gran experimento político-genético de nuestro tiempo! No es el clásico “chapulinazo”, brinco ansiado y predecible. Estamos ante un insecto ortóptero al que le han brotado escamas y en vez de tráqueas tiene pulmones y rostro de morena (el temible animal marino).
Yuval Noah Harari lo presagiaba en Sapiens: De animales a dioses, donde avisa el poder del ser humano para modificar su entorno y capacidades biológicas, proezas cuyas luces anteriores datan de 1818 cuando Mary Shelley publicó Frankenstein, y aún más atrás, en los anales de la historia, en la infinita imaginación humana de otras civilizaciones que a través de su mitología dieron vida a dragones, unicornios, licántropos, minotauros, hidras, orkos, ninfas, sátiros y más seres fantásticos, hoy emulados por quienes aspiran seguir viviendo del presupuesto. En el colmo, un buen corazón implantado en un mal cuerpo no avanza.
Cuenta la leyenda que antes había PRI y nada más, bueno, algunos seres opositores que (diría un priista pensante, que los hay) validaban, con su voto en contra, al partido hegemónico. Como sucede en casi todas las tribus, cierto día hubo una sublevación. Un destacado miembro del partido osó interpelar (el verbo exige su puntual mención) al presidente de la República. A partir de ahí inició la mutación; bajo el sello del PRD, priistas de cepa, desplazados por la especie tecnocrática, encontraron un ecosistema para seguir vivos. El movimiento abrió espacios para una genuina diferencia con el régimen; muchos más cambiaron por mera conveniencia.
En Zoología Fantástica, ilustraciones de Toledo y textos de Borges, José Emilio Pacheco hace una insuperable introducción en la que nos habla de “otros seres que sólo podemos ver en sueños y pesadillas”, y el argentino evoca combinaciones zoológico-mitológicas “sin otros límites que el hastío o el asco”. Vemos a El Ave Roc, al Bahamut, que de paquidermo fue hecho pez; al Burak, “cara de hombre, orejas de asno, cuerpo de caballo y alas y cola de pavo real”, una colección de criaturas impúdicas. Así están hoy los políticos mutantes, los panistas resentidos que ahora tienen patas (con botas) de PRI, los priistas inconformes que ven en Morena el útero extraviado, la ubre prometida, los del PRD cuyo amarillo a veces es más bien naranja y a veces parece rojo; los del Verde, que no es la cruza natural del amarillo y el azul sino producto de una maligna mutación del rojo. Algunos políticos lucen irreconocibles. Antes mordían la especie de la que ahora pretenden mamar. ¿Habremos, ¡al fin!, encontrado glándulas mamarias en los ofidios?
Me pregunto si no estamos ante un teatro fantástico donde en apariencia hay un zoológico de criaturas que en el fondo conservan su ADN. Viendo la trayectoria de quienes ahora forman los liderazgos, viendo sus propuestas del pasado, los morenistas parecen prietistas. ¿Morena es la mutación del viejo régimen? Muchos seguidores de Morena son gente buena, inteligente, con motivos válidos, ¿votarán, sin percatarse, por aquello que condenan?
Aplaudamos la congruencia. El único saurio que no ha mutado es el Pejelagarto.