¿Somos cada vez más violentos? Aunque hay evidencia de que nuestras sociedades en el mundo son más civilizadas que antes, hay señales que apuntan, si no a un incremento de la violencia, sí a una notoriedad mayor. La tecnología y la capacidad de difusión juegan un papel importante. Recientemente nos enteramos de las agresiones, durante la fiesta de graduación, entre dos colegios de la Ciudad de México que pretenden ser emblemas de la enseñanza educativa con valores. También que Corea del Norte lanzó misiles intercontinentales o que el mismo presidente de Estados Unidos difundió una parodia donde apalea a la cadena CNN. Diferentes expresiones de una misma violencia.
El caso de Trump es preocupante por la posición de poder que ostenta. Le pregunté a “Lagos”, colega de travesías en entender el comportamiento humano y psicólogo social, su opinión. Cita a Randall Collins: “La violencia no la generan individuos aislados, sino todo un espacio emocional de atención” (Violence. A micro-sociological perspective. Princeton University Press. 2008), y en este espacio se subraya el miedo hacia el otro y se refuerza la postura que el mandatario ha creado, una figura dura, altanera e imperante. Al difundir el video refuerza el vínculo con sus seguidores y ensancha los polos que dividen a la sociedad norteamericana.
¿Cuál es el mecanismo para multiplicar o disminuir la violencia? ¿Existe? Los métodos tradicionales de control, como el castigo, no parecen estar respondiendo. Ello por supuesto en sociedades donde no hay impunidad o es baja. En el caso mexicano, con tan alto nivel de impunidad, sería muy aventurado hablar de si el castigo está sirviendo para la readaptación social (aunque no se necesita un estudio para saber la respuesta).
El doctor Gary Slutkin, profesor de epidemiología en la Universidad de Illinois, pasó 10 años en África luchando contra epidemias de tuberculosis, cólera y sida. Su experiencia le ha permitido entender el mecanismo de las epidemias y, en forma por demás brillante, ha encontrado un puente entre el contagio de enfermedades y lo que él llama el contagio de la violencia, mal que ve como un tema de salud pública más que de seguridad. Siempre he creído que cuando alguien no encuentra las llaves del carro es porque no las ha buscado donde están. De la misma forma, la solución para muchos problemas sociales está en otro lado.
Preocupado por la ola de asesinatos y violencia en ciertas zonas de Chicago, Slutkin observó que los métodos de castigo no disminuían el problema, no funcionaban para cambiar la conducta ilegal. Al ver mapas de epidemia y de violencia, notó que tenían el mismo patrón. Determinó que lo que predice un caso de violencia es otro caso de violencia. Propuso aplicar las mismas medidas (cuya eficacia está probada) contra la epidemia, a la violencia: interrumpir la transmisión, prevenir futuros contagios, cambiar las normas. En las comunidades de Chicago donde se probó el modelo, la reducción de violencia fue de 67%. Donde se ha replicado la fórmula, la violencia ha disminuido.
Interrumpir el contagio implica no sólo trabajar con las fuentes de violencia sino cortar la exposición a la violencia (dejar de difundir noticias, prohibir la venta de videojuegos y programas de violencia, por ejemplo) al resto de la sociedad. En una época donde vivimos una amplia libertad de expresión y de información, esta censura podría tener opositores, pero ¿el fin lo justifica?, después de todo un acto de violencia es preludio del siguiente (igual que un contagio de lepra es presagio de otro). Nuestra actitud hacia ver normal y cotidiana a la violencia es otra forma de violencia. La apología del crimen en México genera más delito.
Quizá estamos diagnosticando mal la violencia. Si el problema no es nada más de seguridad sino de salud pública (como debe ser tratado el tema de la drogadicción), estamos ante un caso donde la ciencia ha probado un tratamiento efectivo. Lo peor que nos puede pasar frente a un problema tan serio como la violencia es querer resolverlo con la solución equivocada. No pensemos en individuos violentos sino en sociedades violentas. Ese espacio emocional de atención al que se refiere Collins es el caldo de cultivo que hoy debemos acotar. ¿Curas o contagias?
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