Los cambios sociales trascendentes se dan súbitamente ante un efecto de choque que edita nuestro sistema de comportamiento grupal (pensemos en la adopción del gel desinfectante ante la amenaza del virus H1N1 hace unos años) o bien mediante un cambio gradual (como fue el uso del cinturón de seguridad al conducir). Lo primero, dado su carácter disruptivo, suele ser poco grato. Generalmente los cambios planeados son una mejor alternativa.
En estas páginas se ha propuesto que para acabar con la corrupción debe haber una campaña focalizada para rendir frutos concretos en ciertas áreas como la circulación de vehículos (Reforma, 30 de julio de 2017). Me dio mucho gusto leer este planteamiento porque desde hace varios años yo he comentado que en el territorio de la vialidad (asunto mayor a la circulación de automóviles) tenemos un terreno fértil para lograr cambios concretos en nuestros usos y costumbres (o sea, en nuestra cultura). El tema de fondo es conseguir avances en un territorio que todos puedan observar para generar la confianza social de que otros cambios son posibles.
Además del uso de tecnología y de campañas como un Día Sin Mordidas, deberíamos visualizar que alrededor de la vialidad están prácticamente todos los ciudadanos: los dueños de vehículos, los que usan el transporte público, los que caminan, los que se mueven en bicicletas, los niños que van en los asientos traseros y son los futuros conductores. Alrededor de todos ellos debería haber una estrategia para crear una educación vial, rama del civismo, si así lo queremos ver, que fuera obligatoria para todos a determinadas edades. Es más difícil exigirle a un ciudadano un comportamiento cuando nunca se le ha adiestrado al respecto previamente, por ejemplo, cuando era niño.
He contado que cuando viví en California tuve una experiencia reveladora mientras iba al volante. Llevaba a uno de mis hijos a la escuela y afuera de ésta había un operativo cotidiano: los niños de primaria dirigían el tráfico de vehículos y peatones (bajo la supervisión de un adulto, padre de familia o maestro). Investidos con chalecos brillantísimos, un silbato y uno de los símbolos más fuertes de la legalidad del vecino país, la señal de STOP, los pequeños verdaderamente eran la autoridad vial en ese momento, no estaban jugando al tráfico, estaban practicando las bases de un Estado de derecho como parte de su formación básica.
El caso es que de pronto una chiquilla de unos 10 años atravesó mi campo visual frente al parabrisas con una señal de STOP. Me detuve al instante y observé cómo cruzaban la calle otros chicos y sus mamás. De pronto e involuntariamente aflojé el pedal de freno y mi auto se movió unos centímetros. La pequeña oficial captó mi desacato y con su silbato y su mano me señaló como si en la escuela hubiera carteles con mi foto y la leyenda “se busca”. Uno de los adultos supervisores anotó mis placas y al poco tiempo recibí una amable carta de la directora donde me invitaba a respetar las normatividades viales afuera del colegio.
Cuando saqué mi licencia de conducir en aquel estado, no sólo pasé por un riguroso examen sino que un empleado de la oficina de vialidad se subió conmigo para dar una vuelta y validar mis condiciones como conductor. Solo después de esto me dieron la licencia que es, a decir del discurso gubernamental, un beneficio que el Estado otorga mientras cumplas con la ley. Por ello, ante faltas graves, una de las sanciones mayores es retirar la licencia, es decir, la pérdida del beneficio.
En México deberíamos no sólo reactivar los operativos viales de estudiantes afuera de las escuelas, también debería haber algo como un Servicio Vial Obligatorio para todos los jóvenes a partir de los 17 años y con una duración de uno o dos años. Estos jóvenes tendrían que ver con temas de lucha contra la mordida, respeto a vialidades y reglamento, mejoramiento de trámites, es decir, una preparación cívico práctica que les dé bases de actuar con apego a la ley en otros temas. Para cambiar lo grande empecemos con lo pequeño.
La vialidad es el campo de ensayo, en el fondo necesitamos nuevas generaciones de ciudadanos honestos y cumplidos. ¿Será mucho pedir?