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Habemus Papam

“Habemus Papam”, recuerdo las palabras protocolarias del protodiácono previas a la develación de tu nombre, Francisco; te asomaste desde el balcón central de la Basílica de San Pedro como un Papa más, pero apenas pronunciaste tus primeras palabras, dejaste de ser un Papa más. Como lo escribí en este espacio después de tu entronización, antes de impartir la bendición Urbi et Orbi pediste que nosotros te bendijéramos a ti, un gesto genial con el que en unos cuantos segundos le diste un giro a siglos de protocolo anquilosado y te ganaste el aprecio y la admiración de millones. Te gusta el futbol, lo diré entonces desde la cancha: en un palmo de terreno le diste la vuelta al marcador.

Llegas a un México profundamente dolido, un país que se agita más allá de sus volcanes vivos y de los océanos que lo abrazan, una nación secuestrada por una partidocracia rapaz, lejana, insensible a la patria, una clase política que en su mayoría anhela llegar al poder para servirse de él y enriquecerse con la certeza de la impunidad que por estas tierras es reina y señora. Llegas a un país que, como dice el Índice Global de Impunidad de la Universidad de las Américas en Puebla, está “en crisis de inseguridad, violencia, corrupción y violaciones a los derechos humanos” cuya causa primordial es la impunidad.

Llegas a un México donde el Estado mexicano falla en su tarea más importante: proteger a sus ciudadanos, una tierra donde se tiene el cinismo de llamar “verdad histórica” a la incapacidad de explicar dónde están 43 ciudadanos. A propósito de este triste episodio, compatriotas tuyos han desmentido categóricamente la conclusión de las autoridades mexicanas.

Llegas a un México donde para “hacerla” basta tener amigos, pero no los que te imaginas, no, me refiero a los amigos adecuados. Amigos que puedas poner en puestos clave para que te cubran las espaldas y sepulten cualquier sospecha de corrupción en tu contra, como un fiscal para esclarecer supuestos conflictos de interés, por ejemplo. Amigos que tengan amigos para que le puedan hablar al juez en turno o al magistrado indicado, amigos con influencias para hacer como que licitas y te quedes con jugosos contratos, amigos que mediáticamente destruyan a tus enemigos, amigos para que te puedas pasar la ley por el arco del triunfo (perdona tan franco-mexicana metáfora). ¡Amigos! es lo que necesitas en México, lo demás, como cumplir la ley, es lo de menos.

Pero también llegas a un México que cautiva por sus colores, sí, cuando alguien inventó el technicolor, nosotros ya éramos policromáticos, desde las obras de nuestros artistas contemporáneos hasta los murales en los maravillosos sitios arqueológicos que tenemos, un país que rompe piñatas y llena de papel picado y confeti las fiestas mexicanas, porque eso sí, llegas a un pueblo que le encanta la fiesta y que a pesar de las adversidades es alegre y siempre encuentra la forma de cantarle a sus lugares, sus amores y a su cielo, que, como dice la canción, que seguramente conoces, es lindo.

Llegas a un México donde la mayoría de las familias comen juntas, comparten la risa, el mole, el agua de jamaica, el tascalate y los chiles en nogada. Aquí todavía vemos películas de Cantinflas que, bien lo has dicho, hace reír mucho. Llegas a una cultura que pregunta por tu familia antes de hablar de negocios, donde casi todo lo arreglamos durante una buena comida y un abrazo con tres palmadas, una tierra orgullosa de sus tradiciones milenarias, como el día de muertos en el que vestimos de cempasúchil la noche, un país con ubicación geográfica privilegiada y con una biodiversidad envidiable, país de arrecifes, corales y mar azul turquesa, país de bosques y montañas, jilgueros y jaguares.

Sí, llegas a un México donde abunda la gente buena, gente con actitud de poder hacer las cosas, trabajadores calificados que destacan por su lealtad y su destreza, por su ingenio que nada los detiene, un sitio de grandes empresarios. Llegas a este país que es de mil caras y que sabe querer a un Papa hermano.