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El equipaje de Leo

Hernán Casciari, escritor argentino, recientemente hizo por radio una crónica intitulada “Messi y su valija” en la que recuerda sus años de inmigrante en Barcelona y de cómo fue testigo de la carrera del futbolista rosarino por aquellas tierras. El enfoque no sólo es destacar lo que desde las fuerzas juveniles prometía ser un notable exponente del futbol, sino entender de qué forma Lionel Messi siguió siendo argentino entre catalanes. Casciari había pisado fuerte con su relato “Messi es un perro”, que se convirtió en sitio de culto para los fanáticos del Barça, también para quienes disfrutamos las proezas futbolísticas de quien dejaba rivales atrás mientras en zigzag era capaz de llevar el balón como cosido en los botines.

Cuando uno emigra a otro país lleva aspiraciones, también un bagaje cultural que es imposible dejar atrás. Uno tiende a replicar prácticas culturales con las que se reafirma el origen, y también se inicia un proceso de asimilación paulatina a las costumbres de la nueva casa. Decidir qué mantener y qué adoptar es una batalla más allá de lo racional, depende por un lado del contexto y de la apropiación de otras formas de ser, algo tan paulatino que uno súbitamente se sorprende diciendo un término usado por los locales, en vez del vocablo propio. Lo más difícil de ser inmigrante, según Casciari, es conservar el acento. Es cierto, no sé si será una forma de empatía con los otros, tal vez una cortesía inconsciente, pero el acento migra, se acomoda, muchas veces como con voluntad propia.

Cuando Casciari veía entrevistas de Messi en sus años mozos en Barcelona, destacaba la parquedad de un chico esquivo que respondía con monosílabos y bajaba la mirada. “Los argentinos emigrados hubiéramos preferido a un charlatán”, dice el autor de El mejor infarto de mi vida, y después manifiesta su beneplácito cuando escuchaba al “nenito” decir “ful” en lugar de falta, “gambeta” en lugar de regate. “Descubrimos con mucho alivio que ese nene era de los nuestros, era de los que teníamos la valija sin guardar”. Y explica los dos tipos de migrantes: quienes al llegar guardaban la maleta y se olvidaban de Argentina, y al poco tiempo comenzaban a decir “vale”, “tío”, “ostia”, y quienes dejaban la valija junto a la puerta y se esforzaban por decir “shuvia”, “cashe” y tomaban mate como una forma de nunca irse de la patria.

Con el tiempo y los triunfos “el chico que no hablaba nos mantenía viva la forma de hablar” y los argentinos en España celebraban que Messi seguía pronunciando como ellos. “Nunca dejaba de ser un argentino en otra parte” e incluso más, se convirtió en una especie de referente de identidad para sus compatriotas. De pronto, lo impensable: producto de que Messi lo ganaba todo con el Barça y poco con su selección nacional, llegaron insultos desde casa para referirse a él con uno de los agravios más filosos que ha inventado la hinchada albiceleste: “pechofrío”, y le decían “quedate allá en Europa”, “sos gallego”, “mercenario”. En 2016, en medio de las críticas, un harto Messi renuncia a la selección de su país, y un adolescente argentino de 15 años le escribe una carta por Facebook apoyándolo, diciéndole que se quedara en el equipo, pero para divertirse jugando al fútbol. El autor de esta misiva fue Enzo Fernández, destacado seleccionado nacional en el reciente mundial de Qatar. Messi decidió regresar a la selección para que los jóvenes que le alentaban “no creyeran que rendirse era una opción en la vida”.

El que el chico diagnosticado con deficiencia de la hormona del crecimiento, hijo de un empleado de una empresa acerera y de una trabajadora de una fábrica de bobinas, pudiera completar su palmarés levantando el máximo trofeo en el deporte que ha sido su vida, no deja de tener algo de justicia poética. Celebra el fundador de la revista Orsai: “Nunca equivocó su acento (…) nunca nadie había visto en la cima del mundo a un hombre sencillo”.

El 20 de diciembre pasado, en medio de una nación que se desbordó en las calles, Lionel Messi regresó a Rosario para pasar Navidad con su familia. Volvía como cada año, y como apunta conmovido Casciari, “sus costumbres no cambian. Lo único que cambia es lo que nos trajo en la valija”.

Ha trascendido que el relato de Casciari hizo llorar a Messi. Están a mano.