El texto sonaría a lugar común de no ser una primera edición fechada en el año 2010, en cuya página 383 dice: “Por otro lado, hacia el año 2020 se introduce en México un nuevo virus de alta letalidad para el que no existe cura conocida. A pesar de las restricciones en su transmisión (muy corta vida en condiciones ambientales normales), se estima que a causa de él fallece cerca de medio millón de personas. Sin embargo, luego de varios meses, las medidas preventivas introducidas permiten controlar la epidemia”.
Los seres humanos nos sentimos atraídos por las profecías, por ende, a los profetas (dice la RAE: “persona que, por señales o cálculos hechos previamente, conjetura y predice acontecimientos futuros”) y sus revelaciones. Creer en profetas es una forma de acotar el futuro y disminuir la tensión, si ya sabes qué va a pasar, vives menos estresado. Para la comunidad religiosa, textos considerados sagrados, la Biblia entre ellos, están llenos de revelaciones y profecías, como el último de sus libros, que para los creyentes describe el final del mundo, y está nombrado con el vocablo griego que significa revelación: apocalipsis.
Otros le otorgan igual valor profético a Nostradamus o a los Simpson. En el episodio “Bart to the future”, del año 2000, Lisa habla de “el presidente Trump”. Y así otras premoniciones, como la de 1993 donde un par de magos (aludiendo a Siegfried y Roy) son atacados por un tigre blanco; 10 años después Roy fue agredido por un felino albo. ¿Es difícil predecir el futuro? Depende, muchos mexicanos, en la proximidad de un Campeonato Mundial de futbol, hablando de la selección tricolor, son la envidia del oráculo de Delfos: “no llegaremos al quinto partido”. Con asombrosa regularidad, esta profecía se cumple. De la misma forma, si trabajas con tigres blancos, es probable que algún día te ataquen. Roy no mordió al tigre.
Los futuros de la salud en México 2050, libro que cito al principio, es coautoría de Enrique Ruelas Barajas y Antonio Alonso Concheiro. Para cuestionarle su clarividencia, tuve la oportunidad de tener una estimulante conversación con el primero. Lejos de asumirse profeta, el doctor Ruelas, hombre de ciencia, ve con naturalidad haber anticipado una condición que hoy nos abisma. Se trata, me dice, de un evento portador de futuro, derivado de dos cosas, un análisis cuantitativo hecho en el año 2005, a partir de percepciones de expertos con quienes se estableció la probabilidad de ocurrencia de ciertos eventos, y la aplicación de un modelo logístico para proyectar cuantitativamente ciertas tendencias.
La prospectiva o disciplina que establece escenarios futuros con rigor científico no da cabida a profecías basadas en interpretaciones y creencias metafísicas, donde quien interpreta puede adaptar el sentido de las palabras de modo que se acomodan a lo que quiere ver. Tomemos la primera cuarteta profética de Nostradamus (impresa en 1555): “De noche, sentado y en secreto estudio. / Tranquilo y solo, en la silla de bronce: / Exigua llama saliendo de la soledad, / Hace prosperar lo que no debe creerse en vano”. No faltará quien diga que profetizó nuestro quédate en casa: “¿no acaso habla de ese aislamiento personal que nos está sirviendo para reflexionar y ser mejores?”. Con la misma precognición retroactiva, hay quienes creen que el adivino francés anticipó el asesinato de JFK y el ataque a las Torres Gemelas.
En mi juventud tenía en la cabecera Dramáticas profecías de la gran pirámide, de Rodolfo Benavides, también Los signos del zodiaco y su carácter, entre otros. Hoy creo en la ciencia y en sus eventos portadores de futuro. Es ahí donde deberíamos construir escenarios para adaptarnos a la inminente nueva normalidad. Nuestro código cultural, sin embargo, es más proclive a las adivinaciones esotéricas y a las soluciones mesiánicas (y ofertas políticas de esa naturaleza), de ahí el uso de amuletos y artificios, e incluso de objetos y rituales venerados a los que no se les atribuye paganismo, pero son usados y experimentados bajo el mismo principio cognitivo.
Entender que el presente es consecuencia del pasado y que el futuro lo fincamos con lo que hagamos en el presente, hará que no nos asombremos de párrafos como el de la página 383.