Ignoro cómo se sienta el presidente López Obrador con la enorme responsabilidad que sobre sus hombros ha adquirido al tener el cargo público de mayor relevancia en el país, pero además por la gran cantidad de promesas y expectativas que millones de sus votantes esperan ver realizadas. Concédanme la licencia (ruego que ahora está de moda) de expresarlo en términos futbolísticos, es como si el jugador más importante fuera a cobrar el penalti bajo la consigna “no tienes derecho a fallar”. La realidad es que no es una cuestión de tener derecho, acertar o fallar son probabilidades de quien toma decisiones.
Hasta donde mi limitada visión de campo me permite ver, el Presidente está tomando decisiones fragmentadas; es como un médico que ve enfermedades asociadas a partes del cuerpo, sin ver al paciente como una entidad completa (y compleja). ¿El problema es el hígado?, pues toma tal medicina para ese órgano, con la intención de conseguir salud hepática. Pero ¿de qué le sirve al hígado estar sano si el cuerpo que lo aloja no lo está?
En México han faltado líderes políticos con visión sistémica. Imagina que continuamente tienes que cambiar un foco de tu casa; por alguna razón se funde constantemente. Pronto llegas a la conclusión de que “no es el foco” sino algo más: el sistema eléctrico. Podrás cambiar el foco una y otra vez; se volverá a fundir. Ahora pensemos en nuestros gobiernos. Es un lugar común en México decir que todos los presidentes nos han salido malos. ¿No será el sistema? Tendremos un mejor gobierno cuando tengamos una mejor sociedad, no al revés.
Dice Robert Pirsig (citado por Donella Meadows en Thinking in Systems): “Si una revolución destruye un gobierno, pero los patrones sistémicos de pensamiento que produjeron ese gobierno permanecen intactos, entonces esos patrones se repetirán. Hay tanto que hablar sobre sistemas. Y tan poco entendimiento”. Un sistema es un conjunto de cosas (gente, células, artefactos, redes, etcétera) de tal forma interconectadas que producen su propio patrón de conducta con el tiempo. Por eso hablamos de “el sistema político mexicano”, por eso hablo de la corrupción como un fenómeno cultural, es parte de nuestro sistema social.
Muchos de los actuales actores políticos tienen el “ADN” del viejo sistema político mexicano. Aunque ahora aparezcan bajo el sello de otro partido, como Morena, su código cultural está forjado en las prácticas que han sido corrosivas al país. No es de extrañar que a pocas semanas de que ejerzan el poder, repliquen aquello de lo que renegaban cuando eran oposición. Una de estas características es que los elementos del sistema político habrán de mutar para sobrevivir; no sólo de colores, también de ideología y puntos de vista. Sólo así es explicable que un político como Mario Delgado apoye fervorosamente hoy iniciativas a las cuales se opuso fervorosamente ayer: la militarización del país y el desarrollo inmobiliario en terrenos propiedad de la Sedena.
El presidente López Obrador hará un buen papel si logra entender cómo sus decisiones afectan el conjunto del sistema llamado México y no sólo alguna de sus partes. Algo brutalmente evidente es ¿de qué le sirve al sistema México que el Presidente regrese 22 mil pesos de su sueldo (que le aplaudirá el subsistema pueblo bueno que votó por él) si por otro lado tira a la basura 100 mil millones de pesos que podrían beneficiar a muchos otros subsistemas (como la educación y la cultura) del país y por supuesto al sistema en general?
En un cuentecillo clásico sufí se habla de un rey que lleva a su poderoso elefante a una comunidad de ciegos que -obviamente- nunca han visto un paquidermo. Los invidentes empiezan a palpar las diferentes partes de la bestia, cada uno aportando lo que experimentaba. El que tocó la oreja dijo: “es larga, rugosa y ancha, como una alfombra”, mientras otro describió a su tacto: “es fuerte y firme, como un pilar”. Todos tenían su propia idea equivocada de lo que era un elefante. La lección es que la conducta de un sistema no puede ser conocida simplemente al conocer los elementos de los que se compone. El estadista tiende a ver el sistema. El político de ocasión, las partes; es ciego ante las consecuencias de sus decisiones.
El aeropuerto en Texcoco es ese enorme elefante.