La tecnología nos cambia la forma de interactuar con el mundo, aunque hay aspectos centrales en la naturaleza humana que siguen mostrando comportamientos tribales más allá del paso del tiempo y de avances de la ciencia. En marzo del 2021 se subastó el primer tuit de la historia, convertido en NFT (non fungible token, una certificación digital que asegura la autenticidad y propiedad de un activo), en casi 3 millones de dólares. Hace unos días el propietario de ese NFT decidió subastarlo con la esperanza de obtener 49 millones de dólares. La oferta máxima que ha recibido no supera los 7 mil dólares, un desplome de más del 99% respecto del precio de compra. En este vaivén de precios hay un aspecto decisivo: el valor que la colectividad le otorga a algo.
En el mundo del arte los precios radican en función de lo que convienen los conocedores. El que alguien vea que otros individuos están dispuestos a pagar determinada cantidad por una obra, le da valor. El punto central es que es la colectividad, más allá del juicio individual, el aspecto que más influye en la forma en cómo una persona valora las cosas. Lo mismo sucede cuando vemos que hay una lista de espera y gente abarrotando un restaurante. El ver que otros desean algo escaso, aumenta el deseo en el sujeto que lo observa.
Si estamos en un salón con 100 personas, no es lo mismo que una de ellas se levante alarmada y salga, a que lo hagan 10. No es lo mismo que esas acciones pasen desapercibidas a que sean notadas por el resto del grupo. Ver la acción de los demás es un motivador enorme para el individuo. Nuestra propensión comunal puede ser una gran fuerza cuando es bien enfocada. Del mismo modo, es muy peligrosa cuando se usa para provocar daño. Por ello la impunidad genera sociedades más propensas al contagio del delito.
Más allá de gustos musicales, abordemos el fenómeno de la banda inglesa Coldplay. Recientemente estuvieron en varias ciudades de México provocando euforia por un espectáculo digno de análisis. Aclaro que no fui, he visto varios videos y escuchado testimonios. Como dice el clásico, de lo que diré, no tengo pruebas, tampoco dudas. En un concierto de Coldplay desaparece el individuo y surge una gran tribu, perfectamente orquestada por la tecnología (unas pulseras que armónicamente cambian de color uniforman y coordinan a la multitud), un sonido impecable, fuegos artificiales que pintan la noche y canciones cuyos acordes y letras están diseñados para ser coreados multitudinariamente. El resultado es una felicidad colectiva que a unos les eriza la piel y a otros los hace brincar formando una gran marea humana. Se trata de un estado de ánimo colectivo donde el individuo es rebasado. Desaparece el yo, surge el nosotros. Si además le sumamos episodios donde la banda tiene gestos humanitarios y de empatía (como invitar a espontáneos o a artistas apreciados localmente), el resultado es que hacen lo que quieren con 120,000 personas.
Somos una especie colectiva aunque a veces pensamos que nuestras decisiones individuales son las que imperan y aunque nos obsesione entender la motivación de individuos, no de grupos. Descubrir por qué hacemos determinadas acciones implica entender cuál es la influencia colectiva. Pretender lo contrario sería como tratar de explorar lo que provoca Coldplay, cuando quien escucha su música está en la soledad de su habitación y nosotros lo observamos detrás de un cristal.
El sapiens que sobrevivió lo hizo porque desarrolló habilidades de cooperación y coordinación con sus semejantes, esto es, logró forjar una colectividad más fuerte que la de aquellos que no se coordinaron. Contar con aplicaciones tecnológicas que se nutren de la inteligencia colectiva (como las plataformas donde los usuarios comparten sus experiencias) nos ayuda a “sobrevivir”, de la misma forma que nuestros antecesores primitivos escuchaban las historias de sus colegas cazadores en las que se advertía de peligros, éxitos y fracasos. Nos interesa saber qué les pasa a los otros, no por morbosos, sino por una función no negociable de nuestro cerebro: la sobrevivencia.
Vivimos la ilusión de la voluntad individual. Detrás de cada elección personal vive secretamente un nosotros, una tribu que nos influencia más allá de lo que creemos.