Acostumbro decir a los jóvenes universitarios: “El mundo es de las nuevas generaciones…”. Mis palabras, que suenan a lugar común, poco mueven a una audiencia que se sabe con la ventaja de la edad; sin embargo, mi pausa es intencional, mi frase no ha terminado, remato así: “…sí, de las nuevas generaciones de ideas. No importa tu edad, ser joven no te da realmente ninguna ventaja en el territorio de la innovación”.
Etzatlán, un tranquilo poblado de Jalisco con 20 mil habitantes, se ha puesto en el mapa turístico como una imperdible visita; aún más, se ha puesto en el libro Guinness de récords mundiales. La “culpable” es una idea innovadora, lo notable es que salió de una mujer que el próximo 10 de diciembre cumplirá 91 años. Motivada por su hija, Lorena, doña Paloma, como es conocida cariñosamente en la localidad, organizó a cerca de 200 mujeres para realizar lo que oficialmente es “el tejido a mano más grande del mundo”, que hoy sirve de toldo a varias calles del centro histórico de aquella población (y que, por cierto, también representó a México en la feria de Dubái). No sólo es una obra de gran valor estético, pues es visualmente cautivador observar el colorido tejido crochet sobre las calles y la arquitectura colonial de Etzatlán, el hecho también encierra lecciones (como digo frecuentemente) para quien quiere verlas.
En México cunde una plaga de identidad, “la de los colorcitos”. Consiste en que el nombre de la ciudad o del estado se escriben con letras de colores y entonces se piensa que ya se tiene una marca para promover el turismo y la inversión. Esta nociva epidemia se traga la identidad local y resta diferenciación a los lugares. Ernesto Moure lo dice así: “La tendencia a dar un tratamiento homogéneo a lo que no lo es, la manía de encontrar analogías formadas con arquitecturas de otro espacio y tiempo, ha empobrecido la visión del medio local, y pone en peligro la pérdida de los valores de la cultura arquitectónica”.
Doña Paloma y las mujeres de Etzatlán no copiaron a nadie, se atrevieron a hacer algo inédito, soñaron con un cielo de colores para las fiestas patronales del Señor de la Misericordia, y encontraron no sólo un récord mundial, también pavimentaron el camino para detonar el turismo después de la pandemia. Una lección de creación de marca y promoción económica para quienes creen tener una marca “de colorcitos”.
Doña Paloma no sólo “tejió” la voluntad de las mujeres, también la de los hombres que ayudaron a montar el toldo de cerca de 3 mil metros cuadrados de tejido (abarca varias calles) y, muy importante, la voluntad del gobierno local, que apoyó el proyecto dando permisos, recursos y otras facilidades para hacerlo posible. Para mí, doña Paloma piensa como estadista. Me dice, reflexionando sobre lo logrado, “solamente juntos saldremos adelante”.
En sociología, se llama “tejido social” a la simbiosis que se da entre personas y el espacio que habitan. Es la interrelación que tenemos con los demás, los lazos que nos unen, lo que nos hace fuertes, el conducto para transmitir tradiciones, ejemplos, saberes, mitos. El tejido social son las calles por donde vive el código cultural. Restaurar a México implica sanar el tejido social. Lo que han hecho los habitantes de Etzatlán es más que una bonita ocurrencia, han tejido una metáfora que encierra las pistas para la regeneración social del país. Mientras unos se dedican todas las mañanas a cortar el tejido, calladamente una mujer de 90 años tiene una visión más clara de lo que necesitamos.
El escritor chileno José Barojá escribió el cuento “Etzatlán” en el que pinta un “beso prolongado” que cada año renueva la vida del pueblo. Sin saberlo, su escrito es una premonición pues, con voz apasionada, doña Paloma me cuenta lo más emocionante que le ha sucedido a raíz de haber tejido las calles de su pueblo. “Se me acercó un niño como de 8 años. ‘¿Usted hizo esto?’, me dijo. ‘Fuimos muchos’, le respondí. ‘Está muy bonito, ¿le puedo dar un beso?'”. Noten que hay más de 80 años de diferencia entre estas dos personas; las unió un tejido, un material que va más allá de la rafia; las unió la belleza, el arte, la cultura, miles de nudos, como voluntades, que aspiran al México donde los colores nos unan. Como en las calles de Etzatlán.