La inundación de la mina de “El Pinabete” en Coahuila, donde se mantiene la tensión por los esfuerzos para rescatar con vida a al menos diez mineros, se suma a otros accidentes similares en los que se han perdido vidas humanas. ¿Pudo haberse evitado el accidente? Confieso que estoy incapacitado para responder. Más allá de analizar las causas de esta desgracia, quiero poner el dedo en un asunto mayor: ¿Qué propensión a evitar accidentes tenemos en México? Si hubiese un índice mundial de precaución, ¿en dónde estaríamos?
Las diferencias culturales condicionan la forma para actuar ante la vida. Sin duda hay sociedades más sensibles que otras al tema de ser precavidos. El mismo evento puede tener dos significados. Un ejemplo: niños jugando futbol en la calle; en México sería señal de convivencia, seguridad y salud. En ciudades de Estados Unidos sería peligro, una forma de arriesgar la vida (por el riesgo de ser atropellado). Para un gringo, es como si los niños jugaran a brincar de azotea en azotea; “no es normal”, dirían los clásicos. Aquí debemos abordar qué es “lo normal”. Culturalmente hablando, lo normal es aquello que cumple con la norma, esto es, lo que sigue la tradición. Muchos de los conflictos interculturales surgen cuando las partes argumentan en función de lo que consideran normal. El problema es que es un criterio subjetivo, sujeto a interpretación según las leyes, tradiciones y hasta usos y costumbres de la zona.
Como sea, mi hipótesis es que el nivel de previsión de accidentes en México es muy bajo. Nuestra capacidad para visualizar el riesgo de que ocurra algo que no queremos, es muy limitada. Hay muchos botones de muestra. Acaso el mayor sea ver los fines de semana una camioneta pickup atiborrada de gente para ir de paseo. Nadie ha visto ese inminente freno brusco que hará que varios salgan disparados. ¿Y los niños sin casco andando en bicicleta? ¡Eso es de extranjeros!, “son muy exagerados”.
Distribuimos árboles en función del tamaño que tienen al sembrarse. Cuando crecen queda claro que su proximidad es demasiada y requieren más espacio. Alguien no vio venir ese futuro de troncos gruesos. Y no hablemos de la mala selección de especies en camellones y banquetas, donde la naturaleza se impone rompiendo el concreto. Otra incapacidad, muy común, por cierto, es la de estimar cuál es la distancia al colocar señales de advertencia en caso de avería vial. Inocentemente, el conductor coloca el triángulo reflector a escasos tres metros del vehículo, como si fuera un escudo protector contra armas nucleares, sin pensar que, para los autos que se aproximan, esa distancia es nada y la señal tendría que colocarse al menos a 50 metros de distancia. En pasos, lejísimo; a 60 km por hora, apenas un soplo.
Asociamos el ingenio mexicano a una especie de creatividad genética. Falso. El ingenio mexicano que, por supuesto existe, tiene otra madre: la carencia. Ante la falta de recursos sustituimos soluciones en función del presupuesto (escasez de dinero) o a lo que creemos que funciona (déficit de preparación técnica). Entre más supersticiosa una cultura, más proclive a soluciones sobrenaturales. Si los cuchillos enterrados en el jardín ahuyentan la lluvia, un tornillito puede estabilizar una escalera portátil. ¿Existe una correlación entre el milagro esperado y la solución que funciona?
Me queda claro que sufrimos el síndrome de la bisagra. Usualmente estas piezas requieren seis tornillos. Por alguna razón, el mexicano usa cuatro. Considerar exageradas las especificaciones del fabricante es un deporte nacional.
Lo interesante es que cultura no es destino manifiesto. El comportamiento puede cambiar. Necesitamos entrenamiento y constancia. La respuesta chilanga ante la alarma sísmica nos acerca más a Oslo que al Zócalo. ¿Por qué en este tema somos ejemplo para el mundo? Por la educación y experiencia que hemos tenido. El dato no es menor. Quiere decir que en aquello en que eduquemos, podríamos cosechar buenos frutos. ¿Hay entrenamiento anticorrupción en las empresas, en las escuelas? (materia de otro abordaje editorial).
Prevenir viene de prever, facultad para adelantarse al futuro y evitar accidentes. ¿Cuántas vidas podrían salvarse si mejoramos esta capacidad?