A pesar del calor y humedad de esta época, Washington es una ciudad estupenda para adentrarse en el corazón histórico y político de Estados Unidos. Recorro una ciudad capital con mi cámara al cuello y en búsqueda de símbolos, algo que nunca falta en los sitios de poder donde los seres humanos dejan huellas trascendentes. Los monumentos, los espacios públicos, los edificios icónicos, el trazo de las avenidas, la vida cotidiana, hablan en un nivel primario pero también, en un sentido más profundo, revelan una estructura que no es tan evidente para el ojo distraído.
En el espíritu imperial de esta ciudad abundan los símbolos de grandiosidad romana, especialmente en la arquitectura, por no hablar de los estudios que demuestran cómo la identidad política norteamericana está inspirada en la antigua Roma. En buena medida las bases de la Constitución y los valores de libertad que pregona el vecino del norte no son tanto aportación de sus Padres Fundadores como de las ideologías republicanas de Cicerón. Hay estudios como el de Cullen Murphy “¿Somos Roma?, la caída de un imperio y el destino de Estados Unidos”, en el que plantea innegables paralelismos: la vocación imperial y el Destino Manifiesto para actuar como regulador del mundo, el poder militar como una forma de dominación hegemónica, la integración cultural de migrantes y la diversidad para atraer talento, pero también cierto desprecio por todo aquello que está fuera del imperio, es decir, un marcado etnocentrismo, y por supuesto (en buena medida derivado de lo último) el considerar bárbaras e inferiores a las culturas más allá de las fronteras.
Uno de los espacios más emblemáticos de la democracia estadounidense es el edificio del Capitolio, cuya cúpula evoca construcciones de viejos mundos. El interior no es menos llamativo e interesante. Pude entrar a la rotonda, el salón circular debajo de la cúpula donde un artista italiano, Constantino Brumidi, plasmó el fresco circular del techo, la Apoteosis de Washington, en la que el primer presidente norteamericano está en los cielos a modo de deidad, mientras que en el piso, 55 metros abajo, hay una serie de estatuas de personajes célebres en la historia del país de las barras y las estrellas. Una en particular me cautivó: Rosa Parks, activista afroamericana de los derechos civiles, célebre por uno de sus momentos épicos cuando, a bordo de un autobús en Montgomery, Alabama, se negó a ceder su asiento a petición del chofer, una vez que la sección de pasajeros blancos estaba llena. El gesto se convirtió en un símbolo de resistencia civil, tanto que (ésta es la justicia poética en la escultura del Capitolio) Rosa Parks está sentada, un sensible reconocimiento a la lucha de las minorías. Los extremos son elocuentes: entre nubes un Presidente y en el piso una ciudadana que ya no cederá su lugar.
El actual presidente norteamericano debería recorrer con ojos de turista la ciudad donde despacha. Una visita al Newseum quizá lo sensibilice sobre la importancia de la prensa libre para la democracia. Nada menos en esta semana más de 300 periódicos de aquel país publicaron editoriales en defensa de la libertad de prensa como respuesta a los ataques de Trump. Y si después de visitar el museo de las noticias no cambia de opinión (panorama muy probable), debería caminar por los estupendos sitios conmemorativos de Franklin Delano Roosevelt y Martin Luther King, ahí podría leer frases profundas y contundentes que han quedado para la posteridad grabadas en piedra, palabras en defensa de los valores fundacionales que el actual habitante de la Casa Blanca parece desconocer, en sus acciones y a través de su incontinente verborrea tuitera, mensajes muy cerca del olvido y muy lejos de las ideas de los grandes hombres forjadores del carácter de la nación norteamericana.
De súbito recordé un símbolo cuasi desconocido en el patio de Palacio Nacional, en la Ciudad de México, reminiscencia virreinal, un Pegaso quiere levantar el vuelo desde una fuente. ¿Demasiada ficción para nuestra realidad? Ahí despachará el próximo presidente de México, que someterá a consulta popular si el nuevo aeropuerto (y para efectos prácticos el país) despegará.
Las capitales suelen ser sitios mitológicos.