Viví dos experiencias que ilustran el contagio social, proceso en el que las ideas, comportamientos, emociones y actitudes se transmiten de persona a persona, del mismo modo en que se propaga un rumor o una enfermedad infecciosa. La vida gregaria predispone una interconexión entre individuos donde la conducta de unos influye en las acciones y decisiones de otros. Ser sensibles a estos temas es particularmente útil en un año electoral, también para tenerlos presentes en la empresa y la familia, y en el ejercicio del poder.
Quizá el ejemplo más simple sea un bostezo. Algo en nuestro cerebro se detona cuando vemos a una persona abrir la boca para inhalar aire y luego sacarlo por la misma vía, mientras cierra los ojos y emite un sonido gutural similar al de un primate. El bostezo es contagioso, a veces nada más al pronunciarlo. Por alguna razón no sucede lo mismo con un eructo o un estornudo.
Hace unos días comía plácidamente en la terraza de restaurante, dentro de un centro comercial, cuando se escucharon explosiones, similares a las que producen los cuetes o las armas de fuego. Se escucharon gritos y vi a un grupo de personas corriendo alarmadas. Instintivamente los comensales de todas las mesas nos tiramos al piso. Hubo momentos de desconcierto y poco a poco regresó la “normalidad”, aunque en instantes se escucharon sirenas, llegaron patrullas y servicios de emergencia. Supuestamente, un automóvil, con escape acondicionado para hacer ruido, asustó a un grupo de personas, quienes creyeron que eran balazos, de modo que iniciaron una estampida y contagiaron pánico y confusión en los demás. El efecto fue como el de la “ola” en el estadio. Por supuesto, en una época de intensa criminalidad y divulgación de hechos delictivos, hay una paranoia social que es caldo de cultivo para estas ingratas experiencias. Estas conductas son similares a las ventas de pánico en los mercados bursátiles y financieros.
El segundo hecho sucedió durante un desayuno en un salón de un hotel. Casi al final del evento los meseros envían señales a los comensales para decirles, sin usar palabras, “no te olvides de mi propina”. El caso es que la persona que tenía a mi lado sacó un billete y se lo dio al mesero. Éste, en vez de guardarlo, lo puso en el centro de la mesa (para entonces despejada) y dijo algo como “esperemos que se junte más”. En menos de un minuto, el contagio fue efectivo: quienes estábamos en la mesa sacamos efectivo y lo depositamos sobre el billete del mesero.
Una de las formas de encauzar a la sociedad, para tener un Estado de derecho donde exista el respeto por la ley y bajen drásticamente los índices de impunidad, es precisamente contagiando actitudes positivas. Ver cumplir la ley genera una imitación positiva; una fuerza similar opera en sentido contrario, evidenciar actos delictivos o incluso faltas menores (aparentemente disociadas de delitos mayores) como no respetar una luz roja o estacionarse en sitio prohibido, inducen transgresiones crecientes, sobre todo cuando hay impunidad.
En época electoral, la guerra sucia arrecia. Los ataques implican filtrar rumores que golpean la reputación del oponente. Al margen de que toda calumnia al Presidente es criticable, el que AMLO diga que por encima de una ley está la autoridad moral y política, y la libertad, alimenta la subjetividad que la ley tiene para millones de mexicanos. Si la ley está mal, debe cambiarse, mientras tanto debe cumplirse.
Un caso ilustrativo es el acuerdo colectivo “uno y uno” que se da en los cruces de autos en ciertas vialidades en algunas ciudades. Se trata de crear hábito a través del ejemplo. Las escuelas primarias y secundarias deberían recuperar las jornadas de “educación vial” donde los alumnos coordinan el flujo de carros y peatones. Recuperar espacios donde niños y jóvenes interactúen con la ley y el orden es un indicador para revertir la tendencia de incumplimiento a la ley.
Necesitamos abundancia de ejemplos (de aprecio a la ley) que cambien la narrativa que observamos en calle y noticias. La casa es un lugar primordial, aunque no suficiente, necesitamos también una clase política de mayor altura (hay honrosas excepciones). Aquí reside el reto y la oportunidad de nuestra sociedad.