Me lo dijo con la convicción de quien sabe su oficio: “Ya no las hacen como antes”. Hizo un gesto de resignación mientras sostenía una pieza en la mano, evidencia incontrovertible del juicio: “esta parte antes era de metal, ahora es de plástico”. La conversación con el técnico en electrodomésticos me produjo sentimientos encontrados sobre el progreso tecnológico y el deterioro intencional de ciertos objetos que hoy se fabrican sin la mayor pretensión de durabilidad y con una descarada intención comercial que promueve la venta de refacciones o incluso el reemplazo total. Ante una sociedad líquida, diría Zygmunt Bauman, la calidad escurre por la coladera.
No todo es obsolescencia planeada. Hay notables casos donde ni la tecnología actual es capaz de replicar la perfección de artículos hechos siglos atrás. Desconocemos cómo fueron logrados. Sus secretos se los ha llevado el tiempo, forman parte de los saberes perdidos de la humanidad. Son creaciones que se han convertido en culto y provocan perplejidad en propios y extraños. Conocer algunos casos implica poner en perspectiva qué es realmente el progreso.
El antropólogo Edmund Carpenter fue un agudo observador de las sociedades indígenas de América del Norte, particularmente en cuanto a la creación de artefactos culturales. Las canoas de madera, de una pieza, extraídas de un tronco de roble, llamaron su atención; estudió las formas y tradiciones de una notable combinación de capacidad técnica y artística para producir estos portentosos transportes. Con el tiempo dejaron de hacerse estas canoas y se perdió el “saber hacer”. Se cuenta que el gobierno de Canadá invirtió más de 80 millones de dólares para (con la tecnología actual) replicar esas embarcaciones; no pudieron.
Motivo de misterio y veneración, a más de 300 años de haberse fabricado, son los diferentes instrumentos musicales hechos por el lutier Antonio Stradivari, particularmente los violines. ¿Cuál fue su fórmula para producir esos excepcionales objetos que hoy se valúan en millones de dólares? Ni con los estudios más avanzados se tiene una respuesta. Se especula sobre el barniz (aunque se desconoce cómo elaboró esa sustancia), sobre el grosor de las diferentes partes del cuerpo, sobre el tipo de madera, su minuciosa selección, tratamiento, secado y ensamble. El caso es que el saber del maestro cremonense se murió con él, dejando una estela de perfección artística, hoy difícil de igualar.
Cerca de Cusco, Perú, está la fortaleza prehispánica de Sacsayhuamán, cuyos muros, formados con milimétricos y caprichosos ensambles de enormes bloques de piedra, evocan toda clase de teorías para explicar cómo se erigieron, dada la “tecnología primitiva” de entonces. O qué decir del llamado mecanismo de Anticitera, artilugio del siglo I a. C., con un sofisticado andamiaje de engranes y marcadores con el que se hicieron cálculos astronómicos y predicciones celestiales. Se trata de una muestra asombrosa de la habilidad técnica de los antiguos griegos, que hasta la fecha desconcierta a los científicos. Y por supuesto podríamos fascinarnos al tratar de entender cómo se hizo el concreto y el vidrio romano, el acero de Damasco, el tejido de seda dorada en China, las pirámides de Giza y más.
Estas notables creaciones conjugan una virtuosa trilogía: la estética, el funcionamiento y la manufactura. Aquí está la clave, según mi querido Agustín Garza, de la integridad que se atesora. Y no hablo de objetos excepcionalmente costosos, me refiero a cualquier producto, incluyendo servicios. Ahora que todo parece hecho para durar poco, quien tenga estas cualidades podrá sobresalir.
Para Carpenter las asombrosas creaciones no son producto de hacer bien algo, son la consecuencia de la cosmovisión cultural y la sensibilidad de determinado grupo. Como me dice mi amigo y socio David Rettig, hablando de su maestro Carpenter: “La forma en que percibimos algo es producto de la codificación cultural, no de una naturaleza humana universal”. Aunque todos somos capaces de ver, los esquimales distinguen hasta 30 distintos tonos de blanco. Las capacidades se cultivan dentro de una cultura.
Una sociedad virtuosa elabora prodigios. Aquí puede estar la clave para entender esos saberes perdidos y por qué hoy, tristemente, producimos tanta chatarra.