El ataque del presidente López Obrador a un ciudadano mexicano el viernes pasado durante su conferencia de prensa adquiere dimensiones que trascienden el nombre y la profesión del señalado por el jefe del Estado mexicano. Estamos ante un hecho cuya gravedad no está en lo que fue, sino en lo que significa. Deja un precedente que marcará el juicio de la historia sobre la gestión de un hombre cuya alta investidura fue manchada por él mismo.
Sería ingenuo pensar que es el primer Presidente en dirigir sus baterías y su poder para atacar a un ciudadano adversario, lo que es inédito es la transparencia con la que el actual mandatario se pinta solo. Sin duda cometió un error que sus asesores deben estar lamentando. A muchos nos confirmó que estamos frente a un hombre de talante rencoroso y proclive al autoritarismo, para quien la ley es letra muerta. López Obrador, de acuerdo a expertos, violó disposiciones de la Constitución, del Código Fiscal de la Federación, de la Ley General de Protección de Datos Personales en Posesión de Sujetos Obligados, de la Ley de Instituciones de Crédito. Si además añadimos el contexto de que el agredido es un periodista, en un país donde hay récord de asesinatos en esta profesión, lo ocurrido el viernes es gravísimo.
López Obrador mencionó que había desaparecido al Cisen y en seguida confesó que tiene 50 millones de informantes que le mandan información a Palacio. Así justificó la información privada con la que exhibió al periodista. ¿Ante qué estamos? Su asombrosa declaración evoca a la policía secreta en los regímenes totalitarios. Hay gran cantidad de evidencia que nos habla del clima de sospecha y terror que vivieron varios países (generalmente del bloque socialista) en los que compañeros de trabajo, vecinos y hasta familiares se denunciaban unos a otros. Los gobiernos totalitarios, para combatir la disidencia, tenían todo un aparato para espiar a los ciudadanos y por supuesto a los opositores. Ahí están las temidas Securitate, en Rumania, con 11 mil integrantes y más de 700 mil informantes; la Sluzba Bezpieczenstwa en Polonia, que usaba sacerdotes y se aprovechaba de secretos de confesión; o la famosa Stasi, en Alemania del Este, con sus “IM” (Inoffizieller Mitarbeiter): “colaborador no oficial”. Los informantes actuaban por convicción ideológica, o a cambio de beneficios.
La pregunta es por ello pertinente: ¿estamos ante un sistema de informantes con el que el jefe del Estado mexicano va a actuar impune y selectivamente?
Además, el titular del Ejecutivo confesó que pedirá al SAT una investigación sobre los ingresos del periodista atacado y remató a modo de amenaza: “sin meterme en otros bienes, por ahora”. ¿Por qué tanto encono en un Presidente? La posible respuesta está en cambiar la pregunta: ¿por qué tanto encono en un padre? No debe olvidarse que el trasfondo del asunto es el señalamiento, la sospecha de un potencial delito alrededor del hecho de que el hijo del Presidente vivía en una mansión propiedad de un contratista de Pemex, donde se han difundido lo que por ahora podemos llamar irregularidades. Asimismo, es muy revelador que López Obrador haga comparaciones de ingresos entre él y el periodista atacado. El punto medular no es quién gana más que quién, sino cómo lo gana cada quien. Estamos ante un hombre que piensa que entre más dinero tengas, debes ser y sentirte más culpable.
Con tantos distractores, como tensar la relación con otros países (Panamá, España), no debemos perder de foco que el gran meollo del asunto es que el gobierno de López Obrador ha sido incapaz de cumplir sus promesas de erradicar la corrupción, de generar desarrollo y prosperidad para millones de mexicanos. Ha sido un gobierno que funciona mal porque está mal dirigido, porque toma malas decisiones y porque en lo general no tiene perfiles competentes, ni colaboradores capaces de hacerse escuchar, sino súbditos que administran una relación laboral para sobrevivir el sexenio. De ahí que varios buenos perfiles hayan renunciado antes que seguir arriba en un tráiler sin frenos (y sin chofer, por lo que “no habrá culpables”).
Al poner en jaque a la libertad de expresión y sabotear el Estado de derecho, López Obrador hizo su retrato hablado: él encarna el brazo represor de su gobierno.