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Rescatar el asombro

El pulso anímico de un país es un reflejo de la forma en que sus habitantes ven el mundo. A su vez, las palabras que cotidianamente usamos para nombrar la realidad son producto de ese estado de ánimo. Notablemente, el lenguaje no sólo es consecuencia, también es causa, pues con las palabras moldeamos lo que pensamos y sentimos. Cambiar de palabras es mutar de estado de ánimo. La iniciativa “Hoy di algo bueno de México”, que desde Los Ángeles crearon María y Agustín González Garza, nos invita a cambiar positivamente el país a partir de reconocer nuestros aspectos positivos. A partir de nombrarlos.

Y si vamos a decir algo bueno de México, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, que este año tiene de invitado de honor a la Unión Europea, es suceso y asombro. 650 escritores de 45 países, 630 presentaciones de libros, 450 mil títulos de 2 mil 200 editoriales de 49 países, 18 mil profesionales que tendrán alrededor de 130 actividades, una magia que se extiende en sus más de 43 mil metros cuadrados y que en esta edición espera romper su récord de asistentes. Una numeralia que se opone a las noticias del México bronco, con las que todos los días algo de sangre nos salpica.

Hay quien tiene 35 años nombrando algo bueno de México. Asistí al Homenaje al Mérito Editorial, en el marco de la FIL 2023, que recibieron Margarita de Orellana y Alberto Ruy Sánchez, cuya trayectoria en Artes de México es un compendio del enorme acervo cultural que tiene nuestro país. Es, como dijo Alberto, “una constelación de afectos que detrás llevan ideas” y, yo diría, es también una fértil cadena de asombros; en cada número esta revista libro nos llama a poner la mirada en una parte de nosotros, es un pedacito de espejo que nos refleja ese México que somos, a veces tan disperso, a veces tan oculto, siempre entrañable.

Magui y Alberto hacen una mancuerna genial desde que tenían 20 años y caminaban por las calles de París. Los unió el afecto por los libros, las ideas, las ediciones, “una dimensión estética de la vida y una curiosidad por comprender y conocer los diversos Méxicos…”, dice “El Pollo”, como lo llama cariñosamente su inseparable compañera. Su camino es un viaje académico donde el gozo y la risa han tenido cabida, también la humildad de aprender de algunas de las mentes que han cruzado su camino. En sus palabras: de Huberto Batis, a tener la piel dura. De Fernando Benítez, a dar todo lo mejor. De Octavio Paz, a mirar no sólo el pasado, también el futuro. De Roland Barthes, a ejercer la crítica no como demolición, sino como desciframiento de los lenguajes que nos rodean. De Roberto Calasso, que cada libro elegido para editar sea necesario y sea único. De Franco María Ricci, que editar no sea sólo saber elegir lo que ya existe sino construir lo excepcional en fondo y forma y lucidez.

Decir algo bueno de México, sin caer en los lugares comunes, es meritorio. Artes de México ha sabido tejer una filigrana que seduce, desde “Textiles mazahuas” a “Los Jesuitas y la ciencia”, de “Rituales del maíz” a “En el mundo de Luis Barragán” o al “Elogio de la mosca en el arte”, cada número es una provocación, un asombroso llamado a recordar que somos mexicanos y estamos vivos, un “tirar prejuicios, redefinir a las cosas, encontrar nuevos nombres para lo innombrado…”, dice Magui, con la convicción de quien ha contribuido, como muy pocas personas, a forjar memoria entre páginas y tinta, entre objetos y rituales, una curaduría editorial que muy merecidamente tiene un reconocimiento.

El asombro es un estado de rendición ante la maravilla. Ese momento en que vemos algo que no veíamos o lo vemos con nuevos ojos. El asombro genera nuevos pensamientos y, por ende, nuevos ánimos. De ahí que, si estamos llamados a recuperarnos, estamos llamados a recuperar el asombro. Esa condición que era, para los filósofos antiguos, la antesala del conocimiento. Lo que realmente aprendemos es lo que nos sorprende, lo demás son datos en la memoria.

Atribuida a Gilbert K. Chesterton, una cita evocada en la película Supernova, del director Harry Macqueen, sintetiza el enorme mérito de Magui y Alberto, un legado editorial que derrama y contagia más allá de sus páginas: “Moriremos de falta de asombro, no de falta de cosas asombrosas”.