El hijo de un terrorista que ha sido alimentado con el odio de su padre hacia los “infieles” seguramente seguirá sus pasos. Un cómico que se gana la vida disfrazado de payaso y es maltratado por los demás y por el entorno, probablemente convertirá su depresión en otro trastorno mental. El hijo de un narcotraficante eventualmente se convertirá en líder del cártel. ¿Qué tipo de personas produce una sociedad? La pregunta me ha acompañado los últimos días por diferentes acontecimientos, como si todos tocaran a mi puerta para entrar, o salir, en forma de desahogo reflexivo.
Aunque el individuo es un ser que tiene el poder de decidir qué hacer en su vida, el contexto en el que se desarrolla, sus condiciones de vida, el ejemplo que observa cotidianamente, son una tremenda fuerza que influye, para bien o para mal, en la persona.
Joker, la película, tiene el mérito de las cintas que logran una visión introspectiva en un personaje que, como en la vida real, tiene claroscuros que provocan condena, pero también empatía, donde la causa y efecto hacen que el espectador pise los nebulosos terrenos del gozo por la venganza. Aprovechando el furor que se ha vivido con el personaje magistralmente interpretado por Joaquin Phoenix, es necesario recordar, en el mismo tenor de los payasos que buscan la sobrevivencia ante un entorno adverso, la película mexicana Chicuarotes, que igualmente nos da una cachetada para despertarnos de un letargo social. Cuando uno ve las condiciones de vida de Cagalera y Moloteco, personajes centrales, no puede sino decir “con razón”. El mérito de ambas narrativas es hacernos parte de la historia a nosotros los espectadores.
¿Hasta dónde el contexto es el origen de la producción (prácticamente en serie) de narcos, asesinos, rateros, secuestradores y más? Buena parte de la respuesta cae en los trabajos de investigación de Philip Zimbardo, particularmente en su célebre El efecto Lucifer, donde se mete a las profundidades del mal para entender su naturaleza y deja abrumadora constancia de la influencia situacional sobre las personas.
¿Nos extraña que el hijo de un narcotraficante siga los pasos de su padre? Nuestra sociedad está produciendo modelos de conducta negativos. Hay casos notables de individuos que eligen no emular a sus progenitores, como Zak Ebrahim, que me contó su conmovedora historia en la que su padre, un terrorista musulmán (que actualmente cumple cadena perpetua) lo incitaba al odio y a la muerte, hasta que llegó un momento de iluminación en la vida del hijo cuando dijo: “No soy mi padre” y se convirtió en portavoz de la paz y la tolerancia.
Mucho somos responsables por lo que genera la sociedad en conjunto y particularmente en nuestro círculo familiar. Viví dos experiencias muy cercanas y opuestas. Una vecina, joven adolescente, paseaba a su perro sin correa y éste agredió a mi pequeña perra, ameritando atención médica. La chica se presentó a mi casa, acompañada de su papá, para ofrecer disculpas y que pagaría los gastos veterinarios. Valoré enormemente el valor civil de esa familia. Quizá ella, por su juventud, no lo hubiera hecho por sí sola, pero ahí estaba el papá, para marcar límites y poner el ejemplo. Una gran enseñanza de vida.
En otra historia, el hijo de un vecino de mi juventud se presenta con un familiar mío que comercia artículos de moda y le pide como patrocinio unas camisetas para un evento. No obtiene la donación, pero sí un buen descuento. Pasa el tiempo y el joven no paga; con descaro argumenta que no pagará, que es menor de edad y su padre es abogado. Mi familiar contacta al padre quien le dice que el trato es con el hijo, no con él, que verá qué puede hacer, y cínicamente alecciona al cobrador a que aprenda a quién le fía mercancía. Ya luego, al igual que el hijo, dejó de tomar las llamadas. Mono ve, mono hace. Mi familiar hizo un mal trato; este connotado abogado (egresado de prestigiada universidad y escuela de negocios) hizo un mal hijo.
Escribió George Bernard Shaw: “Lo que un hombre es depende de su carácter, pero lo que hace y lo que piensa de lo que hace, depende de sus circunstancias”. Nos quejamos de la degradación social sin ver que somos omisos ante el contexto de vida que produce delincuentes.
Como en Joker, no es cosa de risa.