El desarrollo de las regiones abarca múltiples factores, fundamentalmente socioeconómicos y políticos. El grado de avance tiene mucho que ver con infraestructura, capacidad de atracción de capitales, talento humano, políticas públicas adecuadas, buen gobierno, certidumbre a inversionistas, recursos naturales, desarrollo tecnológico, y hasta rasgos de personalidad de los habitantes y códigos culturales locales (proclividad al riesgo, al trabajo, nivel de resiliencia, creencias, grado de resistencia a lo nuevo, a lo extranjero).
No todo se explica con variables cuantitativas precisas, y no sólo se trata de una cuestión geográfica, donde todo punto es relativo: el norte de una zona es el sur de otra. Por alguna razón, el norte es más progresista que el sur.
Una pista conduce a nuestro lenguaje y a la forma como referenciamos norte (arriba) y sur (abajo). Tenemos a alguien en alta estima. Un amigo tiene baja autoestima. Cuando tenemos certeza de rumbo, tenemos un norte. Si la bolsa de valores cae, los analistas hablarán de “movimiento hacia el sur”. Por el contrario, las gráficas de crecimiento empresarial apuntan al norte. Las lomas son un referente de altura, pero el bajo mundo evoca perdición. El avance social de las personas se ve como un ascenso. Para significar fatalidad decimos “cayó en desgracia”. Si se recupera, se levanta. Estas expresiones no son endémicas, algo tiene la psicología de los polos que hace que la gente tenga estereotipos respecto del norte y del sur.
Con motivo de una de mis recientes entregas donde comento de la película Coco (destacando su apología a nuestras raíces), entablé un diálogo con un lector de Palenque. Mauricio me insiste en que como latinos tenemos proclividad de atarnos al pasado y magnificar lo malo. Me expresa su preocupación por la desigualdad en el desarrollo de su región y de alguna forma coincidimos en que tienen un gran pasado que los ancla, no les permite avanzar para construir futuro. Hay más zonas arqueológicas en el sur y sureste de México que en el resto del país. ¿Será esto un lastre psicológico para el desarrollo?
Hablando del retraso y la pobreza, días antes un colega preguntaba: ¿qué hacer con el sur?, y pintaba a dos países, el que crece (lo moderno) y el rezagado (lo viejo). Considero que el atavismo al pasado sí es un factor que afecta pero también es una oportunidad. Tenemos que pensar no cómo el pasado afecta el futuro sino cómo el pasado podría moldear el futuro. Las estructuras de poder deberían entender la esencia (el vocacionamiento) de la cultura (el sistema social) local para sacarle provecho en vez de pretender convertirla en algo ajeno a su naturaleza.
Entender la esencia de algo es dejar de resistirlo, es aceptarlo, ver su brillo. Durante años repliqué la costumbre de mi mamá respecto de la ropa de lino: rechazo absoluto “porque se arruga mucho”. Una vez leí dos renglones que no sólo cambiaron mi forma de ver el lino, fueron una enseñanza profunda: “La belleza del lino está en sus arrugas”. ¿Podríamos encontrar el desarrollo del sur y sureste de México a partir de su pasado?
Los grandes recursos naturales y el enorme capital cultural de la región no deberían ser combatidos en aras de un progreso con ruptura, sino conciliados para generar bienestar. Creo que la región debería apuntalarse con un plan maestro para convertirse en una minipotencia turística mundial (lo que por supuesto implica una inversión en infraestructura y servicios ad hoc, como lo han logrado algunos lugares de la zona) que resalte “sus arrugas”: su cocina casera y excepcional sazón, sus rituales, su gente amable y servicial, su arte y artesanías hechas con la antípoda de la inteligencia artificial: las manos, su escala de tiempo que no avanza al ritmo de un cronómetro digital, su cosmovisión de la vida y la muerte, sus parajes, texturas y colores, sus fiestas, la convergencia de filosofías de culturas prehispánicas, cada una con enseñanzas tan ancestrales como vigentes y valiosas para los venenos de la vida moderna.
Se ha dicho que los mexicanos tenemos fijación por el pasado. Esta aparente fragilidad puede ser fortaleza si hacemos que ese pasado tenga valor para nacionales y extranjeros.
Tal vez podamos decirle al sur que es el norte de nuestro futuro.