En Puerto Progreso, Yucatán, las lluvias excesivas no solo han provocado inundaciones en toda la zona, también han despertado una peculiar teoría entre algunos lugareños: la estatua de Poseidón, erigida en las playas del puerto, habría ofendido al dios maya de la lluvia, Chaac. Como respuesta al agravio, la zona ha sufrido severas precipitaciones pluviales, tormentas tropicales y hasta huracanes. Con el fin de controlar a la naturaleza, a través de las redes sociales se orquestó una arenga para derrumbar la efigie de la deidad griega. Todo este hecho, aunque insólito, revela cómo las supersticiones tienen influencia en la sociedad mexicana.
Desde un punto de vista antropológico, los mitos y las supersticiones son un intento por entender y controlar el mundo natural, permiten gestionar la incertidumbre y dan una explicación frente a lo inexplicable, hasta que una nueva verdad se impone. El dios del fuego fue desplazado por un argumento científico, los espíritus malignos por patógenos, y los chiqueadores de papa por la aspirina.
Durante la Colonia, los españoles trajeron una mezcla de creencias religiosas y supersticiones medievales. Estos elementos se fusionaron con las prácticas prehispánicas, creando un sincretismo particular, con tensiones sociales muy marcadas: los indígenas interpretaron la llegada de los conquistadores como un presagio apocalíptico, influenciado por la creencia en el regreso de Quetzalcóatl. En México la influencia de estas supersticiones ha perdurado a lo largo de los siglos. Paralelamente, el sincretismo es evidente en la veneración de diversas figuras religiosas, que mezclan elementos de dos o más culturas. Este sincretismo refleja una adaptación cultural y una resistencia frente a la imposición de nuevas creencias.
En el medioevo europeo las supersticiones eran parte de la vida diaria. El uso de mandrágoras, sangrías, ventosas y talismanes, aunado a los amuletos y pócimas milagrosas, forjaron creencias en la magia, la hechicería y hasta en las brujas, bajo un clima de miedo y denuncias, y no pocas ejecuciones públicas.
La relación entre Poseidón y las inundaciones en Yucatán es un claro ejemplo de cómo las antiguas creencias aún resuenan en la mentalidad colectiva. León, Guanajuato, reclama la milagrosa estatua griega para combatir la sequía. Para Gustav Jung, los arquetipos y el inconsciente colectivo juegan un papel crucial en la formación de códigos culturales. Las figuras de Poseidón y Chaac representan arquetipos del control sobre el clima y el agua, elementos vitales en la cosmovisión de cualquier cultura agrícola.
En la sociedad mexicana contemporánea, las supersticiones siguen siendo relevantes, ya sea a través de la veneración de santos de toda índole, el uso de amuletos o la interpretación de fenómenos naturales como señales divinas. Otras costumbres llegan a ser familiares. Clavar cuchillos en el jardín para evitar la lluvia, hacer “limpias” con huevos y sahumerios, asumir que romper un espejo traerá mala fortuna durante siete años, tocar madera y otras tantas. No se trata nada más de anacronismos, son una respuesta adaptativa a los desafíos actuales. La inédita condena a Poseidón es un recordatorio de lo influenciable que es la mente humana, especialmente cuando se trata de proporcionar consuelo y sentido en tiempos de crisis.
Aunque irracionales, las supersticiones cumplen una función psicológica y social importante. También pueden tener un impacto profundo y negativo, desde limitar el pensamiento crítico hasta fomentar el miedo y la desconfianza. Es crucial que las sociedades promuevan la educación, la ciencia y el razonamiento lógico, ayudando a las personas a superar las limitaciones impuestas por las creencias supersticiosas y a enfrentar los desafíos de manera racional y efectiva, sin asumir una batalla que ofenda las legítimas creencias que no compartimos.
Más allá de los efectos del cambio climático, las supersticiones hablan de un México tribal y mágico. Somos el país donde, durante la pandemia, el Presidente sugirió usar la figura religiosa llamada popularmente “detente” para prevenir los contagios del Covid-19. Mediáticamente fue un éxito, científicamente un fiasco.
No es superstición: México es el país que alimenta al surrealismo.