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Polarización y desconfianza

La sociedad mexicana, como muchas más en el mundo, enfrenta dos fenómenos destructivos: la polarización y la desconfianza, que erosionan tanto el tejido social como el corazón mismo de las comunidades. Estas manifestaciones, que parecen alimentarse la una a la otra, crean un ciclo vicioso que no solo dificulta la cohesión social, también pone en peligro la estabilidad y la sana convivencia.

Pocas personas son capaces de tender puentes para escuchar lo que el otro propone. Decir que eres ateo, manifestar una preferencia sexual, declarar afición por tu equipo de futbol odiado, ya no enciende polémica ni escándalo, en comparación con que te atrevas a decir “estoy considerando votar por Claudia” en un entorno pro-Xóchitl o “pienso votar por Xóchitl” en un entorno pro-Claudia. Eso sí calienta. Corres el riesgo de ser insultado y hasta marginado, claro, a menos que seas alguien que represente ciertos intereses para el interlocutor ofendido, ahí sí surge la mesura y las diferencias pueden tolerarse, el disidente es exculpado pues “todos nos hemos equivocado alguna vez”.

La polarización, entendida como el proceso por el cual las opiniones de una población tienden a dividirse en dos extremos diametralmente opuestos, se ve exacerbada en contextos donde los medios de comunicación y las plataformas digitales amplifican mensajes extremistas o unilaterales. El derecho a disentir en un ambiente de alta polarización está amenazado y suele no tener posibilidad de interlocución civilizada, sobre todo cuando en determinadas audiencias se da el “eco de la caverna”, es decir, se comparten datos, opiniones y se exhiben argumentos que refuerzan las creencias de la mayoría. Disentir se volvió deporte de alto riesgo, nos retrocedió a las penumbrosas épocas medievales donde se castigaba la herejía con horrendos tormentos, excomuniones y exorcismos de leyenda. Y sin embargo se mueve…

La desconfianza, por su parte, surge de percepciones continuas de injusticia, corrupción y una falta de transparencia y rendición de cuentas por parte de las instituciones y de los propios individuos (del gobierno y de la sociedad civil). Esta erosión de la confianza es particularmente venenosa, desmotiva la participación ciudadana y alimenta el cinismo hacia el sistema político. Según el reporte Edelman Trust Barometer 2023, hay cuatro fuerzas que alimentan la desconfianza: preocupaciones económicas, desequilibrio institucional, división de clases, lucha por la verdad. Las cuatro presentes en México. Una de sus conclusiones es que la desconfianza en el gobierno, un tejido social débil y las injusticias alimentan la polarización. Los encuestados ven como fuerzas divisorias a ricos y poderosos, gobiernos extranjeros hostiles, líderes gubernamentales y periodistas, mientras que se consideran fuerzas unificadoras a líderes empresariales, líderes de ONGs y profesores. En la realidad, me parece que están mezclados los dos bandos.

Algo que llama la atención es que en México el tejido social se debilita, pues un 70% de los respondientes estuvo de acuerdo con la aseveración “La falta de civismo y respeto mutuo que hay hoy es la peor que he visto”.

Los costos de estos fenómenos son altos. La polarización puede llevar a la ruptura personal, la parálisis política, donde el compromiso se vuelve imposible y las decisiones necesarias para el avance social se estancan. La desconfianza, por otro lado, mina la capacidad de las sociedades para cooperar en objetivos comunes, debilitando las respuestas colectivas ante otro tipo de amenazas.

Para contrarrestar la polarización y la desconfianza, es crucial fomentar espacios de diálogo y entendimiento mutuo. La educación en medios y el pensamiento crítico son esenciales para ayudar a los ciudadanos a navegar y cuestionar la información que reciben. Además, fortalecer las instituciones con cuadros capaces (más allá de ideologías), prácticas de transparencia y rendición de cuentas puede restaurar la confianza pública. Entender que no todo depende de lo que haga el gobierno es también crucial para actuar en favor de una sociedad más armónica, o menos hostil, con más disposición de escuchar y entender al otro y menos impulso animal por despedazar lo que huele como contrario.