Escribo mientras escucho Sonata K. 87, de Domenico Scarlatti, interpretada por Clara Haskil. Territorios ajenos. Estoy muy lejos de tener una cultura musical para apreciar estas notas. El atrevimiento es más grande que el descaro; sigo con Sonata No. 2, de Chopin, sus acordes me son tristemente familiares. El culpable es un libro: Piano Chino: Duelo en torno a un recital, de Étienne Barilier, lectura que más allá de la música, evoca las condiciones de un diálogo civilizatorio que tanto necesitamos en México, en la víspera de las contiendas electorales.
Barilier ha escrito una novela epistolar en la que una pianista china, en el festival de La Roque-d’Anthéron, osa interpretar obras icónicas de Scarlatti y Chopin. En la historia, dos críticos, expertos musicales, Frédéric Ballade y Léo Poldowsky se baten en un duelo que comienza abiertamente en sus blogs para luego pasar al terreno privado del correo electrónico. Donde uno ve un milagro, el renacimiento de los grandes genios musicales del siglo XIX, el otro estima que China produce buenos imitadores y acróbatas circenses. Ballade escucha con los ojos y alaba la femenina imagen de la pianista oriental, Poldowsky (alguna vez alumno de Ballade) contrataca mordazmente y atribuye a su extutor un juicio débil por su edad y exceso de afectividad emocional. Estamos ante dos opiniones que juzgan el mismo evento, dos puntos de vista contrastantes en que el diálogo confrontativo va in crescendo. ¿Llegará la ruptura a un final donde las posturas personales se abismarán fatalmente? Dejo a sus futuros lectores la respuesta.
Aquellas partituras me llevaron a otro pentagrama, uno más complejo, aunque potencialmente armonioso. Naturalmente pensé en México y sus bemoles. La crispación social, que ciertamente no empezó en este sexenio, nos ha enfrentado en los más diversos territorios, la sobremesa familiar, el grupo de mensajes instantáneos, las postrimerías de una velada de dominó y cubas. Donde unos ven al monstruo destructor de la patria, otros ven al transformador, al justiciero social que el país reclamaba desde hace todos sus sexenios. El clima electoral no hará, me temo, otra cosa que atizar las brasas, donde los contendientes no parecen tener la capacidad ni la voluntad de pensar más allá de posiciones políticas manchadas de ideología que, como carta de presentación (o, mejor dicho, etiqueta), se convierte en evidencia contundente del peligro que es el otro.
Me pregunto si habrá alguien capaz de exaltar la música y la belleza más allá del intérprete, ¿habrá alguien capaz de ennoblecer la política más allá del político? Me pregunto si la oposición alguna vez invitará a algo más que “Ni un sólo voto para Morena”, arenga que, aunque justificada electoralmente para los suyos, suena más bien a una postura de la cancelación donde erradicar políticamente al adversario (o al enemigo, incluso) es la finalidad de un ejercicio democrático. ¿Y luego qué y para qué? ¿No sería más prudente hablar de construir el país que es posible y que necesitamos, de la mano de todas las visiones políticas, incluida la de Morena? ¿Será que sólo podemos hacer una sinfonía con músicos afines? Me queda claro que necesitamos una partitura donde también suene la dignidad del otro.
“No bastaría con decir que uno de los dos se equivoca. Habría que temer que uno de nosotros haya perdido por completo la razón”, dice uno de los duelistas en la obra de Barilier. Esta advertencia también es nuestra, si es que aspiramos a la construcción y no a la destitución banal, esa que dice “quítate tú para tocar ahora yo” (y desafinar igual que cuando tuvieron la oportunidad).
El intercambio entre los dos críticos, aunque en una novela, está fundamentado en varios hechos reales. Aluden al documental “De Mao a Mozart”, testigo de la visita de Isaac Stern a China en 1979, donde el virtuoso violinista tuvo varios encuentros con jóvenes chinos, en quienes vio organización, entrenamiento y disciplina, si bien les advirtió que la excelencia técnica no era suficiente pues “debe haber vida en cada nota” y los instó a sacar al intérprete que llevan dentro. De la misma forma, necesitamos políticos que sientan a México más allá de sus partidos.
Y así pasé del teclado de un piano al de mi computadora. Otras notas. Ojalá sean escuchadas.