Todas las civilizaciones tienen un andamiaje con el que han construido los elementos que les dan trascendencia, dentro de estos, los mitos y los ritos constituyen la base de una narrativa que funciona como aglutinador de lo que somos y lo que creemos. Digamos que el mito es como una historia ejemplar, ligada usualmente a los momentos fundacionales de algo. Nuestro escudo nacional es, por ejemplo, la representación de un mito, de nuestra narrativa fundacional. El mito es el acontecimiento excepcional: fue un día donde se avistó el águila sobre un nopal, devorando una serpiente, estampa para la posteridad generacional.
Se dice que el mito tiene tres grandes finalidades. Sirve para forjar una cosmovisión, esto es, entender el mundo y darle un sentido existencial a la participación de uno. El segundo fin es preservar la memoria histórica de la tribu (comunidad, sociedad, país, etcétera), sus enseñanzas y valores, en otras palabras, el mito es un antídoto contra el olvido. Finalmente, sirve también para ilustrar con ejemplos (espirituales y prácticos) cómo se debe vivir en esa comunidad, da estructura e identidad cultural.
Para que el mito siga vivo, debe ser recordado. Para esto existe el rito, que es el mito llevado a escena, es la dramatización de aquella historia ejemplar. Así, bajo el concepto de tradiciones, festividades, ceremonias y más, las culturas refuerzan sus lazos de identidad.
Y es así como llegamos al “superdomingo”, el día en que se juega el “Super Bowl”. Escribo estas líneas antes del partido de hoy. Existen, sin embargo, grandes posibilidades de que prediga lo que va a pasar, no porque tenga una bola de cristal, sí porque la sociedad norteamericana ha construido su narrativa alrededor de mitos y ritos. Una narrativa fundacional donde tienen cabida los hombres bravos y libres que con el tiempo conquistaron territorios a través de un poder militar, estrategias, argucias y, para muchos, como mandato divino. El futbol americano, y particularmente la ceremonia de inauguración, son rituales, escenificaciones del mito.
Veremos a dos equipos comandados (nótese a partir de aquí la terminología bélica) por mariscales de campo, cuyo propósito no es otro que lograr la victoria, pues el que pierda “no vive más”. Para ello deben defender y atacar con estrategias, argucias y, para muchos, como tocados por la mano divina. Habrá violencia, sí, materializada en el contacto personal, en la que los fuertes, bravos y arrojados tienen más posibilidad de ganar para sus colores, su uniforme, en el que usualmente hay símbolos de otros mitos (como es el caso de los 49ers de San Francisco, o el de los -extintos indígenas- Jefes de Kansas City, en cuyo escudo se evoca una flecha, presumiblemente de obsidiana, remembranza a una cultura forzada a su desaparición). La posición territorial es, como en la guerra, fundamental. Se trata de dominar al contrario, avanzar en su territorio y no dejar que llegue al propio. Y ahí no acaban las alusiones, hay ataques sorpresa, “bombas”, “muerte súbita”, ofensiva aérea y terrestre, captura del mariscal, o el compañero que fue “detenido en”.
Dentro de todo este paralelismo, uno de mis momentos favoritos es el ritual de la ceremonia de inicio. Una verdadera apología al poder militar y una exaltación al patriotismo de nuestros vecinos. Se extenderá una enorme bandera de las barras y las estrellas; cantará el himno, muy a su manera, una personalidad; veremos desfilar varios representantes de las Fuerzas Armadas, algunos veteranos de guerra que caminan con dificultad; la pantalla mostrará militares norteamericanos en otros países, la gente se tocará el corazón, un gesto más emotivo que oficialista, y en la última línea del himno, cuando se mencione a the land of the free, pero sobre todo and the home of the brave, cuando esta última palabra se arrastre por varios segundos, el sonido de todos será callado por los aviones supersónicos de combate volando sobre el estadio, que enchinarán la piel y les recordarán a los miles presentes y a los millones de televidentes que existe, les guste o no, una nación poderosa que reafirma, así, su hegemonía militar.
De la misma forma, las marcas aprovechan los mitos y los ritos. Es un conocimiento ancestral que se multiplica y que cautiva. ¿Sucederá hoy?