Poco se puede agregar cuando los adjetivos no alcanzan y la realidad inflama; noche tremenda, apocalíptica, dantesca, infernal. La tristísima jornada de Tlahuelilpan, las decenas de muertos y heridos, marcan una cicatriz más a un país perforado no sólo en sus ductos de combustible, también en el ánimo social de la mayoría de sus habitantes.
Esta columna ha dado varios giros en mi cabeza antes de proyectarse a mis dedos sobre un teclado. Me causó indignación saber que hubo un grupo de militares en la zona de la tragedia, antes de la explosión, que decidió (o mejor dicho, recibió órdenes) de no hacer uso de la fuerza para evitar lo que hoy muchos lamentamos. De inmediato lo conecté con lo expresado por el presidente López Obrador de que los cuerpos de seguridad no van a confrontar a las personas que roban combustible: “No es una orden (presidencial), es una política de no querer resolver el problema con el uso de la fuerza”, dijo el mandatario.
Pensé inmediatamente en el postulado weberiano de que el Estado para bien existir debe ejercer el uso legítimo de la fuerza, facultad de control a la que AMLO estaría renunciando: “Nosotros no vamos a apagar el fuego con el fuego, no vamos a enfrentar la violencia con la violencia, así no se puede enfrentar el mal, eso está demostrado, eso no es solución, el mal hay que enfrentarlo haciendo el bien”. Y seguí indignado porque pensé que el Presidente confunde uso legítimo de la fuerza con violencia. En uno de mis grupos de discusión pregunté si ¿el Ejército pudo haber evitado la tragedia? Apareció entonces la luz de mi amigo y socio David Rettig con una réplica punzante: “¿pudieron haber evitado la tragedia o generado una más grande?” y me recordó uno de los capítulos de The Culture Code: The secrets of highly successful groups, de Daniel Coyle, donde se narra una historia que sacudió mi perspectiva.
En el año 2004 Portugal fue sede de la Eurocopa, una de las competencias de futbol más importantes del orbe. Los organizadores y el gobierno enfrentaban una encrucijada, la inminente llegada de los agresivos hooligans ingleses. El gobierno portugués compró millones de dólares en armamento antimotín, tanques con cañones de agua, espray con gas pimienta, perros policía y más. También contrataron al psicólogo social Clifford Stott, un inglés con ideas revolucionarias, pues creía que era posible detener la violencia grupal cambiando las señales que lanzaba la policía. Para él los acorazados, los cascos, los escudos, eran señales que activaban la violencia de los hooligans. Las autoridades lusitanas dependían de un gran experimento social para frenar la violencia inglesa.
Lo primero que hizo Stott fue entrenar a la policía portuguesa. Puso como regla fundamental el que no hubiera a la vista ningún tipo de equipamiento que sugiriera violencia (cascos, vehículos acorazados, macanas, pistolas, etcétera). Cambió el perfil de los guardianes del orden, más que por su capacidad de combate por sus habilidades sociales. Instó a los oficiales a tener charla amigable con los aficionados. En otras palabras, buscó personas contrarias al instinto natural de la policía o el Ejército. Los vistió como policías amigables. Portugal se jugaba todo con esta estrategia, ¿funcionó o no funcionó? Más de un millón de aficionados visitaron el país durante tres semanas, sólo un inglés fue arrestado. Desde entonces este enfoque se convirtió en un modelo revolucionario para enfrentar la violencia. Cambió la señal de “estamos aquí para combatirlos” a “estamos aquí para ayudarlos”.
Después de leer el caso portugués, vi con otros ojos la estrategia de AMLO y la pregunta de David cobró mayor importancia. Sin embargo, veo señales contradictorias en la política de seguridad pública y en la lucha contra la corrupción e impunidad. Qué bien que el Presidente no quiera apagar el fuego con más fuego, ojalá entonces deje de incitar a la división social y llame a la unidad nacional. Me preocupa también que diga que el gobierno no actuará en contra de quienes se ven obligados a cometer ilícitos; ¿dónde estará la raya para definir la intención moral de un acto? Una cosa es prevenir la violencia y otra castigar delitos.
Y claro: la inminente Guardia Nacional ¿será fuego o será agua?