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MEMORIA Y OLVIDO

Pertenezco a una generación que tuvo en la calle los recuerdos más emocionantes de la infancia. Para salir a patear un bote o imaginar un estadio entre dos coladeras era indispensable el permiso de los padres que, sin cámaras de vigilancia ni teléfonos celulares, se las arreglaban para saber que todo estaba bien, no sin algunos ritos de paso como asegurarse de que te sabías de memoria tu nombre, dirección y teléfono, intangible cordón umbilical que aumentaba tus probabilidades de sobrevivencia en caso de que quedaras flotando a la deriva, la de tu memoria, y tu foto fuera exhibida en una estación de televisión donde un señor de nombre Ramiro Gamboa pedía a sus miles de sobrinos ayuda para localizarte.

Los jóvenes y niños de hoy no se saben de memoria el teléfono de su casa ni los celulares de sus padres, familiares y amigos. La tecnología ha hecho que no necesiten hacerlo. Los adultos también han dejado de aprenderse números que antes eran indispensables. Si antes memorizábamos entre cinco y diez teléfonos, probablemente hoy ninguno, si acaso el de uno. De hacer operaciones matemáticas sin la ayuda de una calculadora o una hoja de cálculo no hablemos. ¿Se nos están atrofiando la memoria y otras capacidades cognitivas?

Las habilidades evolutivas humanas son respuestas de sobrevivencia ante el entorno. Hemos usado herramientas a conveniencia y adaptado nuestra conducta a los retos de la época. Creo que nuestras capacidades cognitivas están en transición y ciertas tareas de ayer son sustituidas por otras actuales e inéditas. No tenemos que recordar teléfonos pero sí decenas de claves para ingresar a cuentas bancarias, redes sociales, quitar o poner candados a determinados aparatos, activar alarmas, abrir o cifrar archivos. Esta nueva infinidad de llaves digitales ha creado aplicaciones a modo de llavero cibernético, equivalentes a la agenda telefónica que acostumbrábamos tener en el único teléfono fijo de la casa.

En defensa de las nuevas generaciones diré que recordar claves de acceso es más retador que recordar teléfonos. Las primeras implican caracteres alfanuméricos, mayúsculas y minúsculas, y cualquier otro símbolo posible en el teclado, los segundos nada más números. Prácticamente todos los espacios donde hay que poner la clave de acceso tienen una muleta: “¿Olvidó su clave?”. Nuestro cerebro olvida de pronto una clave fundamental y surge el rescate de los dedos, nuestras manos parecen saber cosas que nuestras neuronas desconocen. El rítmico movimiento de los dedos sabe el camino de regreso a casa; hay códigos que no podemos pronunciar sin la ayuda del índice y el anular. Donde no puedo estar del lado de la juventud es cuando se cobijan en un “me quedé sin pila” para incumplir ciertos deberes; aunque, aceptemos, la expresión es honesta y atinada, ellos, más que sus teléfonos, se han quedado sin la posibilidad de conectar con la realidad, sus circuitos neuronales se han apagado y son incapaces de hacer una llamada por otros medios, encontrar un domicilio sin GPS o la respuesta que se esconde en una enciclopedia.

¿Qué me dicen de las habilidades oculares para hacer ciertos trámites por internet donde, en prevención a un ataque de robots, tenemos que pasar la prueba de un código Captcha (Completely Automated Public Turing test to tell Computers and Humans Apart), en la que se somete a prueba nuestra paciencia, pues aquella r es en realidad un 7 que ha extraviado las maneras, y los demás caracteres, oblongos y caprichosos, parecen sumergidos en una pecera o soplados por un viento invisible y malvado que quiere confundirnos? Esas habilidades no las teníamos antes, nuestra paciencia era esperar 2 minutos a que el televisor mostrara la imagen después de haber sido prendido, o distraernos para lidiar con nuestra ansiedad durante 7 días antes de ver reveladas las fotos de la última Navidad.

Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos, escribió Borges. Ahora habrá que decir que no sólo somos lo que recordamos sino lo que hacemos para poder recordar lo que olvidamos. El futuro apunta a la extensión artificial de la memoria. ¿Seguiremos siendo “humanos”?

No será nuestra memoria sino nuestro olvido lo que nos defina.