Me inicié muy chico en la travesía de la lectura. Mi historia no tiene nada de especial, es, como muchas otras, el recuerdo de estantes atiborrados de libros en casa, un padre lector de Borges, Vargas Llosa, Salgari, Asimov, Hesse y otros apellidos detrás de una vitrina; una mamá cuentacuentos durante la comida, que distraía mi mente del sabor del hígado encebollado, con capas mágicas que hacían invisibles a las personas, y cuyos relatos, décadas después, me hicieron sentir que Harry Potter era un camino que ya había recorrido.
Aquel arsenal de provocaciones vuelve involuntariamente en forma de algún pasaje o renglón subrayado. Tal es el caso de uno de los libros de Dale Carnegie. Hay una frase que se me prendió a la memoria con la obstinación de los huizapoles. Palabras sin fecha de caducidad que vienen muy bien en tiempos de pandemia, cuando las malas noticias son la norma, el conteo de muertos e infectados se ha vuelto un dato cotidiano, y el miedo y el pesimismo avanzan. La conjura es hasta poética: “Y al mirar hacia afuera los dos presos, uno vio lodo, pero el otro, estrellas”.
La posibilidad de enfocarnos en lo positivo no siempre es fácil. Es una capacidad de elección. Sigo creyendo que atravesamos una era muy buena para las innovaciones, simplemente porque el ser humano se ve exigido de idear soluciones a nuevos problemas. Este estrés de carencias e incertidumbre es un contexto ideal para innovar. Usualmente, las sociedades con más carencias se vuelven más hábiles para crear soluciones que aquellas donde todo tiene un remedio al alcance de la mano. Por esta razón decimos que el mexicano es “muy ingenioso”, arregla motores con un alambre, reconvierte envases de plástico en embudos o mascarillas anti Covid-19, soluciona la adversidad con lo que hay en el traspatio. La carencia es la madre de la innovación.
Un bicho microscópico puede ser terrible, también un parteaguas de soluciones en cadena. Recientemente vi una película sobre la vida de Louis Pasteur. En una Francia muy golpeada por una ola de fiebre puerperal, sin remedio para los enfermos, Pasteur, con estudios de química, no de medicina, amenaza el statu quo al desafiar la teoría dominante en la época, la de generación espontánea, que sostenía que ciertas formas de vida surgían súbitamente. Pasteur alertó de la existencia de gérmenes que no sólo provocaban la enfermedad, sino que pasaban de persona a persona a través de los propios médicos que no lavaban ni sus manos ni hervían su instrumental, acciones que los doctores respetados asociaban con hechicería.
Los innovadores suelen ser ridiculizados al principio. Se convierten en amenaza para el sistema al desplazar las soluciones tradicionales por mejores prácticas. Pasteur se sobrepuso a burlas y descalificaciones. Sus descubrimientos para diseñar la pasteurización, las vacunas contra el cólera aviar y la rabia, no sólo salvaron miles de vidas, fueron un elemento fundamental en la recuperación de la actividad económica de su país y de otras naciones europeas. Finalmente, su nombre brilla en la historia de la ciencia. Su trayectoria de vida es la de alguien que no se rindió y decidió aportar una solución para su época, escogió ver estrellas donde otros veían lodo. Este es el llamado actual para muchos políticos, profesionistas, empresarios, estudiantes.
Pasteur no tuvo algo que hoy es potencialmente útil, la posibilidad de colaborar ágilmente con personas en otras partes del mundo, prácticamente en tiempo real. Si bien la globalización ha facilitado la dispersión del virus del Covid-19, también aporta posibilidades de colaboración inéditas. Si Aristóteles, creador de la teoría de la generación espontánea, hubiera vivido para ver los descubrimientos de Pasteur, estaría boquiabierto. Lo mismo podemos decir de quienes desarrollaron teorías que en su momento fueron consideradas verdades, como la teoría geocéntrica, los supuestos canales de Marte o el planeta Vulcano.
Si la historia de la humanidad demuestra que todo es imposible, hasta que deja de serlo, tenemos la posibilidad de enfrentar los retos de la pandemia con el mismo optimismo que Pasteur o el preso que decide ver estrellas.
¿En qué creemos firmemente hoy que mañana será una falacia?