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LA TRANSA

No recuerdo el nombre de su clase. Fue mi profesor universitario y una tarde valió por todas las del semestre, marcó una huella profunda en mí y en varios de mis compañeros. El suceso pasó de ser anecdótico a convertirse con el tiempo en una profunda reflexión. Masaya Yasumoto hablaba un español con acentos erráticos. Durante un examen, quizás más influenciado por la nostalgia de su lejano Japón que por ponernos a prueba, nos dijo que en su país el honor era algo muy importante y que un maestro podía salirse del salón a la mitad de un examen sin que los alumnos aprovecharan para copiar. Acto seguido abandonó el aula con la confianza de un samurái en un rito de paso. Durante unos segundos sentimos el desconcierto de quien por primera vez tiene el honor en sus manos. Sobrevino nuestra vergonzosa cultura de ilegalidad.

Los códigos culturales nipones y mexicanos son distintos. Allá el honor no se enseña en la universidad, se mama desde la infancia. ¿Qué aprende desde niño un mexicano? Aprende a transar y a simular porque ve esos ejemplos, aprende que la cultura de su país (léase como cultura: conjunto de rituales, modus operandi, creencias, valores, que practican las personas para lidiar con la realidad) premia a los transgresores y que estos pocas veces son castigados.

Resulta muy preocupante lo que ha destapado Pedro Ferriz de Con, aspirante a una candidatura independiente a la Presidencia de México, al denunciar ante el INE la existencia de una red de tráfico de credenciales de elector que ha sido aprovechada, a decir del demandante, por otros aspirantes como Jaime Rodríguez El Bronco, Margarita Zavala, Armando Ríos Piter y Édgar Portillo.

La presunta transa, sobre la que el INE deberá manifestar el resultado de la auditoría que está llevando a cabo, preocupa pero no sorprende, y esto, el que no nos sorprenda, nos debería preocupar más que el hecho mismo. En México se nos ha atrofiado la capacidad de sorprendernos ante el tramposo. Es tal la fuerza de la cultura de ilegalidad que ya hasta nos cansamos de sospechar, pasamos directamente al veredicto.

Es imperativo que los candidatos a la Presidencia de México nos digan qué piensan, qué proponen para combatir la ilegalidad que, como engrudo, detiene el progreso de nuestro país. Yo les propongo que lean el trabajo de investigación del doctor José Guillermo Zúñiga Zárate, Las hazañas bribonas: cultura de la ilegalidad, donde con gran sentido común, claridad y contundencia, el autor analiza el fenómeno, propone soluciones y llama bribón (yo le digo transa, tramposo, gandalla) al que transgrede la ley con objeto de sacar ventaja ilícita. El investigador comenta que no basta con enseñar valores y códigos morales para superar nuestro problema de honestidad, dice que “el meollo del asunto está en la manera en que hemos aprendido y se nos ha enseñado culturalmente cómo ser bribones…”. Dicho en otras palabras: ¡es la cultura, estúpido!

El doctor Zúñiga ha identificado cuatro componentes de un acto tramposo: la oportunidad (alguien me vende millones de datos de credenciales de elector), el sigilo (nadie sabrá cómo le hice para conseguir tantas firmas), la oposición (si no aprovecho, no conseguiré las firmas) y la emoción (¡voy a la boleta porque voy a la boleta!), y considera fundamental que la persona sea consciente de ese patrón, de sus cuatro componentes, para recapacitar y decidir no ser tramposo.

En nuestra cultura la simulación tiene un papel tristemente protagónico. Durante este año electoral sería desastroso que los comicios para renovar poderes sean un acto mayúsculo de simulación. Lo denunciado por Pedro Ferriz pone en jaque la credibilidad del INE y pone el dedo en la llaga: en México todo es sujeto a negocio ilícito. Los candidatos presidenciales podrían proponer una reforma cultural y educativa con los principios del doctor Zúñiga. Enormes árboles aguantan tormentas, incendios, sequías, pero sucumben ante el embate minúsculo de termitas o comejenes. Así son nuestros pequeños y cotidianos actos tramposos que creemos inofensivos.

Olvidé la calificación de aquel examen universitario; me queda claro que todos nos hicimos harakiri, pero sobrevivimos para contarlo. Reprobamos una materia extraña y fugaz en México: Honor.