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La restauración

Para Gastón Luken A., por provocador

Una comunidad de pescadores en Baja California está teniendo una transformación notable. En Ensenada de La Paz durante décadas se ha pescado ilegalmente, a tal grado que hace unos años la población de callo de hacha y almeja catarina prácticamente se extinguió. La sobreexplotación y los intereses individuales encima de los comunitarios degradaron el ecosistema hasta un punto aparentemente irreversible. Pero algo cambió el curso de la historia.

En El Manglito, comunidad pesquera y pionera en La Paz, se respiraba hostilidad y violencia, a tal grado que un saludo cotidiano era tan infrecuente como la abundancia pesquera que habían conocido los viejos. Pescaban sin reglas ni medida, durante la noche y con técnicas prohibidas. Muchos se volvieron adictos a las drogas. Había que pescar más para pagar el vicio. De alguna forma un ecosistema enfermo es consecuencia de la degradación social.

Un grupo de profesionales ambientalistas y filántropos constituidos como NOS (Noroeste Sustentable AC) se acercó a la comunidad para convencerlos de cambiar su enfoque depredador. Fracasaron varias veces. Los pescadores desconfiaban de los extraños. Los ambientalistas insistieron y al cabo de los años se ganaron la confianza ¡primero de los niños! (ayudaron a crear un equipo de futbol y a recoger basura de las calles) y luego de sus padres: 109 pescadores a quienes ayudaron a formar una sociedad de producción rural, OPRE (Organización de Pescadores Rescatando la Ensenada). Los pescadores pasaron de un esquema de ilegalidad a uno legal, y decretaron una larga veda para regenerar la fauna. Los resultados sorprenden.

Asistí a una de las sesiones con los pescadores y sus esposas. Ellas se autonombran “socias”, ellos “restauradores”, no sólo del lecho marino sino de sus propias vidas. Relacionan el mejoramiento del hábitat al mejoramiento de su vida personal y familiar. De haber unos cuantos miles de moluscos, hoy tienen cerca de 5 millones y esperan muchos más. Comunidades vecinas se han acercado para conocer la fórmula de esta inusual bonanza. Los miembros de El Manglito están muy interesados en que sus vecinos también prosperen; saben que es la mejor forma de evitar que se conviertan en pescadores ilegales en sus propias aguas. Qué gran lección para los nacionalistas a ultranza, el bienestar debe ampliarse, no aislarse con muros y barreras.

Antes de rescatar los bivalvos, la comunidad rescató el diálogo que había perdido. A través del intercambio civilizado de ideas desarrollaron una visión compartida que se apuntaló con asesoría legal y apoyos institucionales. Hace unos meses recibieron la concesión oficial para, por primera vez en la vida de varios, pescar legalmente. Ya pagan impuestos y no dan mordidas a inspectores corruptos a quienes convenía su condición ilegal. Ahora los pescadores y sus esposas custodian las 24 horas del día sus más de 2 mil hectáreas para evitar la pesca clandestina. Sus hijos asisten a escuelas de NOS donde toman clases de naturaleza, moluscos, taxonomía, inglés. Además, se trabaja en la comunidad en ejes sociales como deporte, belleza y cuidado de espacios, cultura y arte, ahorro y planeación financiera, salud y prevención de adicciones. Las mujeres son una parte básica del éxito en el cambio de mentalidad, como soportes de la familia y propela de sus maridos, determinan el rumbo y la velocidad.

Al ver el cambio radical en una comunidad resiliente no puedo dejar de pensar en el resto de México donde vivimos un fractal de la degradación que están erradicando en El Manglito: abusos, indiferencia social, violencia. Los cambios sistémicos son posibles cuando se rompe la inercia. La sociedad mexicana puede rescatarse de la misma forma, fortaleciendo instituciones que apuntalen el cambio y moldeen nuevas conductas.

Peter Senge ha expresado que la sustentabilidad no es un problema a resolver, es un futuro a crear. Les pregunto al final de la sesión cómo ven el futuro. Lupe, un pescador de grueso bigote, pierde lo recio cuando se le quiebra la voz y se le arrasan los ojos: “Veo grandes proyectos, mis nietos terminan sus estudios, tendremos una congeladora. Va a llegar. Tengo fe”.

En el callado fondo de una pequeña parte del Mar de Cortés, millones de moluscos le dan la razón.